El Comandante Honorio, un guerrillero
antifranquista en los Montes de Toledo
Benito Díaz Díaz y Rufino Ayuso Fernández
Introducción
La derrota definitiva del Ejército republicano en
marzo de 1939 provocó la desmovilización de decenas de miles de soldados
que, en su gran mayoría, regresaron a sus casas, en la creencia de que
no habría represalias y que sólo serían juzgados aquellos que estuviesen
implicados en delitos de sangre. Sin embargo, las autoridades del nuevo
régimen, impuesto por la fuerza y el terror, tras acabar con la
legalidad republicana, no estaban dispuestas a favorecer la
reconciliación nacional ni a permitir la inserción de los vencidos en la
sociedad. El general Francisco Franco había manifestado de manera muy
clara y rotunda que el adversario era el enemigo a aniquilar: “Con los
enemigos de la verdad no se trafica, se les destruye” .
Declaraciones como ésta, en la que no se disimulaba el espíritu de
exterminio, fueron efectuadas con mucha frecuencia por la mayoría de los
mandos militares franquistas a lo largo de la contienda civil. De hecho,
en las instrucciones reservadas enviadas por Emilio Mola a los militares
conspiradores había quedado bien patente que la represión debía ser
violenta, para acabar con rapidez con los adversarios políticos,
numerosos y bien organizados.
Cuando los derrotados soldados republicanos
regresaban a sus casas, por regla general, eran detenidos y recluidos en
cárceles, la mayoría de ellas instaladas en locales improvisados:
antiguos conventos, dependencias municipales o viejos almacenes. A
muchos de los detenidos se les dispensaba un trato muy humillante, con
palizas periódicas. Era la aplicación en toda su intensidad de la
política del revanchismo, sustentada legalmente en la Ley de
Responsabilidades Políticas de 9 de febrero de 1939, aprobada antes
incluso de haber conseguido la victoria definitiva, y en la Ley de
Represión de la Masonería y el Comunismo de 1 de marzo de 1940, dándose
la enorme paradoja de que fueron juzgados los soldados republicanos por
auxilio y apoyo a la rebelión, cuando eran precisamente los integrantes
del bando vencedor en la Guerra Civil los que habían protagonizado un
golpe de Estado contra el Gobierno republicano elegido democráticamente
en las urnas.
No existió ni el perdón ni la reconciliación nacional
que muchos republicanos esperaban. Hubo que esperar treinta años, hasta
marzo de 1969, para que el Gobierno de Franco anunciase a través de su
portavoz, el ministro Manuel Fraga Iribarne, que la guerra había
terminado “a todos los efectos y para el bien de España”.
Represión y muerte en Villarta de
los Montes (Badajoz)
Honorio Molina Merino fue uno de los muchos soldados
republicanos que regresó a su pueblo, Villarta de los Montes (Badajoz),
al finalizar la Guerra Civil. Había nacido el 16 de marzo de 1918, en el
seno de una familia humilde .
Su padre no quiso que se dedicase a las duras y penosas tareas
agrícolas, por lo que se puso a trabajar como aprendiz de herrador en su
pueblo, oficio en el que pronto destacó gracias a su gran
profesionalidad.
Tras las elecciones generales de febrero de 1936, el
padre de Honorio, Julián Molina Acedo, Tío Pica, fue nombrado alcalde a
finales de ese mes, en una sesión extraordinaria celebrada en el
Ayuntamiento de Villarta. Ese día, el delegado gubernativo suspendió en
sus funciones a la anterior corporación municipal, controlada por los
conservadores, y nombraba una nueva corporación en la que dominaban los
miembros del Frente Popular .
El anterior alcalde, Carlos de Rivas Molina, representante de la derecha
rural y caciquil de la Extremadura más pobre y mísera, fue destituido.
Durante la Guerra Civil, Villarta de los Montes
permaneció leal al Gobierno republicano. Las personas de ideología
conservadora fueron detenidas y despojadas de las armas que tenían,
encerrándoselas en la cárcel del pueblo, conocida como “el cuarto
fielato”. La detención de estos derechistas tenía como objetivo el
evitar que alguno fuese asesinado debido a las continuas visitas que
hacían los milicianos de los pueblos próximos. A estos apresados se les
sacaba al campo para que realizasen sus necesidades más elementales.
Muestra de que no eran malas las intenciones hacia estos derechistas fue
que una noche se les abrió la puerta del fielato para que pudiesen
escapar. La persona que se encontraba de guardia, el mismo que abrió la
puerta, una vez que los presos se habían alejado, efectuó varios
disparos al aire, para evitar que los milicianos de los pueblos
limítrofes pudieran acusarle de pasividad. Sólo dos personas murieron en
Villarta debido a sus ideas políticas en el tiempo en el que Julián
Molina Acedo fue alcalde. La primera muerte fue la de un vecino que
había sido cura en el pueblo y que luego dejó el apostolado para
casarse. Fue el propio alcalde el que le aconsejó que se marchase al
campo, al cuidado del ganado; pero un día llegaron los milicianos de
Fuenlabrada de los Montes y dieron con él, asesinándolo. Este hecho
ocurrió mientras el alcalde se encontraba fuera del pueblo. La viuda de
la persona asesinada fue luego la que por despecho avalaba todas las
denuncias que se interpusieron contra las personas de izquierdas. La
otra muerte documentada fue la de un hombre conocido como Tío Zarco, que
no había querido ir al frente, por lo que se escondió en unas cuevas, en
las proximidades del pueblo, pero fue descubierto por unos guardias de
asalto, que le dieron muerte. Su cadáver fue transportado en un burro y
tirado al suelo en la puerta de su casa, como si de un animal se
tratara, para que su familia le enterrase.
Se debe destacar también que, al comienzo de la
guerra, llegaron al pueblo los milicianos de Villanueva de la Serena con
los detenidos de derechas para fusilarlos, pero el alcalde, Julián
Molina, les plantó cara y les dijo que no permitiría que se cometiesen
asesinatos, evitando de esta manera la muerte de los derechistas.
Incluso al cura del pueblo se le hizo secretario del Ayuntamiento y le
dieron el carné de la UGT, para evitar que fuese asesinado. Terminada la
guerra y llegado el momento de la verdad, esta persona no dijo una
palabra a favor de los presos de izquierdas, muchos de cuales fueron
fusilados.
Nada más acabar la contienda civil, el antiguo
alcalde, Carlos de Rivas, se asomó a un balcón de una céntrica casa de
Villarta y lanzó una estremecedora arenga, donde entre otras lindas
frases, dijo: “Hemos tenido cojones para ganar la guerra, ahora debemos
tenerlos para hacer una limpia”. La venganza fascista no tardaría en
llegar, pues las personas vinculadas al Frente Popular fueron detenidas
y encerradas en una nave conocida como La Cochera, a la espera de ser
llevadas a juicio a Herrera del Duque. La noche del 16 de mayo de 1939
fueron montados en un camión 23 presos para ser trasladados a dicho
pueblo. Pero se trataba de un engaño, ya que a tres kilómetros de
Villarta, en el sitio conocido como Hoya de Fernando, fueron bajados del
camión y asesinados. A Julián Molina Acedo, antes de fusilarle, le
cortaron los testículos y se los colgaron al cuello, en presencia del
resto de sus infortunados compañeros: Aurelio y Lisardo Molina Acedo,
Crisóstomo Acedo, Cristino Acedo, Eufrasio Acedo, Mauricio Cervantes,
Cándido Díaz, Florentino Fernández, José Fernández, Paulino Fernández ,
Julián Gil, Ubaldo Gil, Escolástico Gutiérrez, Sebastián Gutiérrez,
Aurelio Lucas, Graciano Lucas, Nicolás Martín, Eduardo Molina, Isidoro
Muñoz, Manuel Pérez, Aigulfo Sánchez y José Acedo .
Estas personas fueron apresadas por el mero hecho de ser de ideología
izquierdista. Muchos de ellos ni tan siquiera habían ido al frente,
siendo apresados en sus casas. Los cadáveres de los 23 fusilados
permanecieron tirados en el monte, sirviendo de comida a las alimañas,
hasta que un día llegó a la plaza del pueblo un perro comiéndose una
pierna humana. Esta escena fue presenciada por un militar que ordenó que
los cadáveres fueran enterrados en el lugar en el que se encontraban.
Pasaron luego muchos años hasta que los familiares fueron autorizados a
inhumar los restos de los asesinados en una fosa común del cementerio
municipal, cosa que ocurrió el 8 de marzo de 1981. En los restos de los
cadáveres se podía apreciar como tenían las manos atadas con cables de
la luz.
La intervención de un mando militar evitó que las
decenas de presos que permanecían encerrados en La Cochera fuesen
también asesinados, pues no fueron los militares los que llevaron a cabo
la represión en Villarta, sino los caciques y los falangistas.
Al estallar la contienda civil, Honorio Molina tenía
18 años y carecía de ideología política partidista, estando muy lejos de
ser un fanático comunista como lo afirma el escritor franquista Aguado
Sánchez .
Debido a su juventud fue movilizado en una de las últimas quintas, pero
no llegó a ser destinado al frente de batalla. Aunque Honorio Molina no
había hecho mal a nadie, fue denunciado por su antiguo maestro en la
herrería, que pretendía eliminar a un importante competidor en ese
oficio. Esta clase de denuncias en las que primaban las motivaciones de
índole personal y profesional sobre las cuestiones políticas, estuvieron
a la orden del día, y fueron la base, en estos nuevos procesos
inquisitoriales, de multitud de crímenes. También fue acusado Honorio de
haber encañonado a las fuerzas nacionales acantonadas en el pueblo. Pero
el verdadero delito de este joven se reducía a ser el hijo del ex
alcalde socialista Julián Molina. Por este terrible crimen fue internado
en el Batallón de Trabajo de Cíjara (Badajoz), pasando luego a la cárcel
de Castuera y más tarde a la cárcel-convento de Herrera del Duque, en la
que se hacinaban, en los primeros meses de 1940, más de 2.000 presos
políticos .
En esta cárcel le llegó la información de que iba a ser fusilado, por lo
que el 12 de marzo de 1940, en compañía de los también condenados a
muerte, Joaquín Ventas Cita, Chaquetalarga, y Juan Aldana Estruen,
Patato, se fugó por las cloacas en las que los presos hacían sus
necesidades más elementales .
Los tres presos mantuvieron muy en su secreto su proyecto de fuga, pues
querían que fuese cosa de muy pocos, para evitar posibles delaciones.
Sólo informaron de ella a Eulalio Bonilla Bravo, que rehusó participar
en la fuga porque su hermano, Agustín Bonilla, también se encontraba
preso y temió que su huida pudiese tener fatales repercusiones para éste .
Tras conseguir evadirse, para quitarse el hedor
insufrible que llevaban encima, se bañaron desnudos en los pilares de
Fuenlabrada de los Montes, localidad de donde eran naturales los otros
dos fugados, y se vistieron en la casa de Joaquín Ventas Cita, iniciando
de esa manera su vida de huidos en la sierra. Las tres vidas estuvieron
marcadas por la tragedia, aunque tuvieron una suerte bastante dispar,
pues únicamente Chaquetalarga logró salvar la vida, tras ganar siete
años después la frontera francesa. Durante su etapa en la sierra Honorio
Molina será conocido con el sobrenombre de El Comandante Honorio, o
simplemente como El Comandante.
Ser familiar o amigo de los huidos era considerado
como un delito muy grave por las autoridades franquistas. Así, la madre
de El Comandante, Marciana Merino Gómez, fue detenida y encarcelada en
Mérida, donde falleció a consecuencia de la infección que le produjo la
extracción de una de sus muelas. En el momento de su muerte se
encontraba encerrada en el pabellón de las condenadas a la última pena,
en compañía de la madre y una hermana de otro guerrillero villarteño,
Gabino González Castillo, Gabino .
Su única hermana, Francisca Abundia, conocida en el pueblo como Leonor,
fue igualmente encarcelada, viviendo toda su vida con la tristeza y el
sufrimiento de ver morir a toda su familia bajo la represión y la
violencia franquista. También fueron detenidos varios familiares más de
El Comandante, por el mero hecho de serlo, y sometidos a fuertes palizas
y vejaciones .
Una vez recuperada la libertad, El Comandante se
refugió en las sierras próximas a las localidades toledanas de Los
Yébenes y Las Ventas con Peña Aguilera. Pronto, por su capacidad de
liderazgo y sus buenas dotes de organizador, consiguió a lo largo de
1940 aglutinar en torno a sí a un buen número de huidos, cuyos nombres,
según las fuentes de la Guardia Civil, eran los siguientes: Fernando
Molina Sánchez, Borrato; Silvestre Gómez Sánchez, Margallo; Pablo
Tajuelo; Francisco Parrillas Medina, El Ochoa; Manuel Maestro Muñoz;
Juan Gómez, Patallana; Felipe Esteban Rivera; Prudencio Gutiérrez
Suárez; Eusebio Sánchez Camino, Mahón; Felipe Pedreño, Porroto; Gregorio
Gómez Gutiérrez; Manuel Prieto Donoso; Maximiliano Casero Alcolao;
Nicanor Durán Sánchez; Rafael Álvarez Morales; Vicente Rubio Babiano,
Pedro El Cruel; Vicente Romero Rodríguez, El Rozas; Victoriano Andrade
Gómez, El Pelele, y Santos Gómez, El Negro .
De esta veintena de nombres hay que suprimir el de
Silvestre Gómez Sánchez ,
pues la Guardia Civil le confunde con su padre, Saturnino Gómez,
Margallo, natural de Menasalbas, que sí formaba parte de una partida de
huidos que actuaba en la zona de Los Montes de Toledo. Tampoco formaban
parte de esta partida Felipe Esteban Rivera y Prudencio Gutiérrez
Suárez, que más tarde serán incluidos, también de manera errónea, en la
partida de Jesús Gómez Recio, Quincoces .
Las acciones de esta partida se limitaron en sus
inicios a pequeños atracos localizados en el espacio geográfico
comprendido entre Toledo y Ciudad Real, de donde procedían la mayoría de
sus hombres, escapados de las prisiones habilitadas en estas dos
provincias .
Para combatir la actividad de esta partida, la Guardia Civil incrementó
sus efectivos por el sector de Los Yébenes, con los destacamentos de
Santo Tomé, Ballesteros, Majadahonda, Puerto Albarda, este último en la
demarcación de Marjaliza, El Emperador y La Pedrera. Pronto se
produjeron los primeros enfrentamientos en los que los huidos que
mandaba El Comandante se llevaron casi siempre la peor parte: el 7 de
noviembre de 1940, en el lugar conocido como Minas del Español, fueron
abatidos dos componentes de esta partida y otro más resultó herido,
aunque consiguió huir .
La historia se repitió el 17 de febrero de1942, fecha en la que fueron
localizados por miembros de la Benemérita dos huidos escondidos en un
chozo situado en la finca El Robledillo, del término municipal de Los
Yébenes. Los dos ocupantes del chozo, Lino Tante Simón, Polanés, y
Agustín Gómez Gómez, vecinos de Polán y de San Pablo de los Montes,
respectivamente, resultaron muertos. Tras estos reveses, El Comandante
decidió, por una vez, pasar a la ofensiva y, el día 22 de abril de 1942,
acompañado por algunos de sus hombres más destacados, entre los que se
encontraban Gabino, Borrato, Donato y Chavito, dio muerte a José Moreno
Litón, alcalde y farmacéutico de Las Ventas con Peña Aguilera. Para las
fuerzas de orden público, esta muerte no estuvo motivada por cuestiones
políticas, sino por rivalidad sexual .
No fue esta la única muerte de un alcalde que se imputó a la partida de
El Comandante, pues en 1943 resultó muerto en un tiroteo Aurelio
Fernández, el primer edil de Horcajo de los Montes, cuando acompañaba a
la Guardia Civil en una operación de rastreo de huidos. En el
enfrentamiento también resultó herido de cierta gravedad el guerrillero
Manuel Camacho Rubio, Recoba, que consiguió huir .
Apremiados por el hambre, los hombres de la partida
dirigida por El Comandante efectuaron, a lo largo de 1943 y 1944, varios
robos en fincas cercanas a Los Yébenes y a San Pablo de los Montes,
evitando en todo momento los enfrentamientos con las fuerzas represoras,
que sin embargo siguieron causándoles bajas, que eran cubiertas con
rapidez por nuevos hombres, fugados en su mayoría de las colonias
penitenciarias militarizadas de Añover de Tajo, Talavera de la Reina y
Toledo .
La Agrupación Guerrillera de Los
Montes de Toledo, Ciudad Real y Badajoz
Desde el momento en el que se empezaron a formar las
partidas de huidos en las sierras españolas, el desarrollo de la guerra
mundial en curso se convirtió en su principal centro de atención, dado
que, en buena lógica, vinculaban el destino del franquismo con el de las
potencias del Eje.
A mediados de 1944 estaba ya muy claro que la
victoria de los ejércitos aliados era sólo cuestión de tiempo. Estas
circunstancias hicieron que la Delegación del Partido Comunista de
España pusiese todas sus energías en la construcción del Ejército
Nacional Guerrillero. Para esta difícil misión fue elegido José Isasa
Olaizola, Fermín, que contó con la eficaz colaboración de un
significativo militante comunista, Jesús Bayón González, Carlos.
La idea de Fermín y de Carlos consistía en enlazar
con las partidas de huidos existentes en las sierras de la zona centro
peninsular y dotarlas de organización y de disciplina militar, con la
pretensión de crear un amplio frente guerrillero en las proximidades de
la capital de España. Tras laboriosas gestiones sus esfuerzos se vieron
recompensados con la creación de la Agrupación Guerrillera de Los Montes
de Toledo, Ciudad Real y Badajoz. El acto constituyente de esta
Agrupación tuvo lugar el 14 de noviembre de 1944, en la sierra del
Puerto de San Vicente, entre las provincias de Toledo y Cáceres. José
Manzanero Marín fue elegido jefe de esta Agrupación, auxiliado en la
dirección por El Comandante, que fue designado jefe de Estado Mayor, y
por Recoba, Manuel Méndez Jaramago, Manolín –hermano de El Manco de
Agudo- y Reyes Sauceda, Parrala -un antiguo novillero- como oficiales de
Estado Mayor .
Los 70 guerrilleros que en un principio componían esta Agrupación
tuvieron como principal radio de acción las sierras próximas a Los
Yébenes.
Con el propósito de darle un mayor impulso a la lucha
antifranquista en esa zona, en la que los dirigentes comunistas tenían
depositadas bastantes esperanzas, se convocó a varios jefes de guerrilla
a una reunión en una labranza situada en el término municipal de Los
Yébenes. Pero la Guardia Civil, por una confidencia, tuvo conocimiento
de esta cita y preparó una emboscada, en la que resultaron heridos dos
guardias civiles, Amador Pardomingo Sánchez y Dionisio Ávila ,
y fueron abatidos los guerrilleros Barbero y Gabino González Castillo,
Gabino .
Estas dos muertes representaron una pérdida bastante importante para el
posterior desarrollo de la guerrilla, pues aparte de que Gabino era en
esos momentos un destacado guerrillero, los deseos de la dirección del
PCE de potenciar la actividad en Los Montes de Toledo quedaron frenados
bruscamente.
Gabino González Castillo
había nacido, igual que El Comandante, en Villarta de los Montes, el 26
de marzo de 1917. Militó en el PSOE antes de la guerra, por lo que
estuvo, al finalizar ésta, un tiempo encarcelado en Mérida, pero pronto
fue puesto en libertad por la Junta Clasificatoria franquista; sin
embargo, al regresar a su casa se encontró con un control que los
falangistas habían puesto en la entrada del pueblo, y temiendo ser
fusilado, se marchó a la sierra, donde llevó una vida plagada de
penurias. Su familia fue bastante perseguida, pues su padre, Benito
González, permaneció 7 años y 9 meses en la cárcel. Su madre, María
Castillo, estuvo 8 meses presa en Mérida, y sus dos hermanas, Blasa y
Porfiria también fueron encarceladas.
Los dirigentes comunistas
esperaban algo más de actividad por parte de El Comandante, debido al
gran prestigio que tenía entre las filas guerrilleras, pero sus
actuaciones no distaron mucho de las puestas en práctica por los otros
líderes guerrilleros, es decir, las operaciones económicas para
conseguir víveres y los secuestros.
Ante las escasas posibilidades que veían a la lucha en la sierra,
varios guerrilleros de esta Agrupación desertaron y se escondieron en
Madrid, pero fueron capturados por la policía. Otro guerrillero,
Casimiro Chaves Romero, Chavito, se escondió en un pequeño pueblo de
Guadalajara, donde el cura, conocido suyo, le proporcionó documentación
falsa. Su verdadera identidad se puso al descubierto tras fallecer en
Madrid en un accidente de moto .
La prueba más evidente del fracaso de la guerrilla en estas comarcas fue
el abandono de la lucha por parte de José Manzanero Marín, a pesar de
ser un militante comunista bastante comprometido con la lucha
antifranquista. Había sido secretario general del Comité Regional del
PCE en Extremadura
y estaba en la sierra desde noviembre de 1939. Tras entrevistarse en los
montes próximos a Los Yébenes con Agustín Zoroa, secretario general de
la Delegación del PCE y, desde octubre de 1945, jefe del Ejército
Nacional Guerrillero, vio que no había posibilidades de organizar un
movimiento guerrillero fuerte, pues no podían proporcionarles ni armas
automáticas ni dinero .
Ante la absoluta escasez de medios para combatir a unas fuerzas
represivas bien armadas y organizadas, a finales de 1945 los
guerrilleros que componían esa Agrupación, acordaron disolverla en una
reunión que tuvo lugar en los Montes de Mora .
Tras permanecer escondido un tiempo en Villa de Don Fadrique, José
Manzanero Marín, junto a su compañera y enlace de la guerrilla, Dionisia
Castillo, logró escapar a Francia, el 18 de septiembre de 1949.
El balance de un año que se presumía esencial para la lucha
antifranquista, era muy escaso y bastante negativo. Todo se reducía a
los robos para conseguir comida y a los secuestros para obtener dinero,
y eso que hablamos de la más reconocida y renombrada guerrilla de la
zona centro. Al año siguiente se volverán a poner de manifiesto las
enormes limitaciones y carencias que tenía la guerrilla para
desarrollarse en esas tierras.
El final de la aventura guerrillera de El
Comandante
Tras disolverse la Agrupación, El Comandante se
integró en la 2ª Agrupación Guerrillera, que operaba por tierras de
Ciudad Real, donde mandó la 23ª División, pero su actividad había
perdido fuerza e intensidad. Su acción más reseñable fue la
participación en el atraco al Banco Español de Crédito de Puertollano,
en el que consiguieron la enorme suma de 250.000 pesetas ,
que sirvieron para financiar la lucha antifranquista.
La propaganda guerrillera trataba de dar ánimos a un
movimiento que languidecía día a día, a medidas que se alejaba la
posibilidad de intervención de los ejércitos aliados en España. En 1947
el declive del movimiento guerrillero en la zona centro no hizo sino
agravarse. Pese a estar derrotado, el PCE siguió con su retórica
triunfalista en una época en la que ya no contaba con argumentos de peso
para mantener la lucha guerrillera, pues las condiciones
internacionales, que en 1945 se presentaban favorables, ahora habían
cambiado por completo, y los aliados habían manifestado de manera
bastante clara que no estaban dispuesto a apoyar un cambio de régimen en
España.
Su última etapa en la sierra la pasó El Comandante
acompañado por El Manco de Agudo y Parrala. Su único objetivo era
sobrevivir y alcanzar –posiblemente- la frontera francesa, que para
ellos estaba por desgracia muy lejana. Cuando necesitaban comida,
asaltaban pequeños chozos o labranzas, no faltando tampoco los
secuestros, que les proporcionaban el imprescindible dinero para pagar a
unos enlaces, cada vez más escasos y caros. El 12 de octubre de 1948 los
tres robaron la labranza de Los Galveños, en las proximidades de
Navahermosa, estropeando de esa manera el banquete que los guardias
civiles habían preparado para celebrar ese día la festividad de su
patrona .
Dos meses antes secuestraron a tres vecinos de Navas
de Estena. A uno le enviaron al pueblo a por el rescate exigido y a los
otros dos se los llevaron con ellos. Durante varios días los retuvieron
en la sierra. Dormían por el día y luego, por la noche, se cambiaban de
lugar. Uno de los secuestrados logró escaparse, pero el otro, Francisco
García Rodríguez, de 18 años, tuvo una terrible muerte, apareciendo su
cadáver años después atado a un árbol.
El que todavía, a estas alturas de 1948, siguiesen
produciéndose los robos y los secuestros, llevaron al teniente coronel
Eulogio Limia, que dirigía la Comandancia de Ciudad Real desde el 1 de
agosto de 1947, al que estos hechos le restaban parte del prestigio
adquirido en su lucha contra la guerrilla en la provincia de Toledo, a
excitar el celo profesional de sus hombres, lo que se tradujo, de forma
inmediata, en un incremento de la represión sobre la población rural
sospechosa de colaboración con la guerrilla.
El 29 de agosto la Guardia Civil detenía a Florencio
Martín Rubio y a Justino Isabel Ruiz en una finca de Retuerta del
Bullaque, en la que trabajaban como jornaleros. El primero, de 28 años,
era natural de San Pablo de los Montes, y el segundo, de 42 años, había
nacido en Ventas con Peña Aguilera. Después de ser torturados durante
horas para sacarles una información que no tenían, a sus interrogadores
se les fue la mano y acabaron con sus vidas. Sus cuerpos destrozados
fueron abandonados a unos tres kilómetros de Retuerta del Bullaque. Para
dar la versión de que habían muerto en combate, dispararon contra ellos
a sangre fría. De esta forma su muerte se debió "fundamentalmente a
heridas por arma de fuego e inmediata hemorragia interna" .
Era la respuesta de la Guardia Civil a las actividades de los de la
sierra.
La Guardia Civil logró dar con un enlace en cuyo
chozo, situado en la sierra del Carrizal, término de Retuerta del
Bullaque, se refugiaban a veces El Comandante y sus dos compañeros .
Desde el 26 de febrero de 1949 prepararon un apostadero permanente
frente al chozo del enlace, disimulado como si fuese una leñera, en el
que se ocultaron tres guardias civiles, que fueron relevados por otros
tres agentes a los 15 días. Sabían que más tarde o más temprano
aparecerían, pues habían encargado algo de ropa y objetos de aseo
personal. Finalmente, a la una y media del día 12 de marzo ,
los tres guardias civiles vieron llegar a El Comandante, que se
alumbraba con una linterna. Tras observar que en el chozo sólo estaba el
carbonero que les servía de enlace, llamó a sus compañeros haciendo una
contraseña con la boca. Cuando los tres estaban en el interior del
chozo, el carbonero, pretextando que hacía frío y que era preciso avivar
el fuego, salió a coger leña, momento que aprovecharon los tres guardias
civiles para acribillarlos a tiros .
En la zona en la que murieron los tres guerrilleros, son muchas las
personas que no se creen esta versión, sino que piensan que en realidad
fueron envenenados por unos enlaces que tenían los guerrilleros en la
finca Piedrahelá, cerca de Los Cortijos. Luego se hizo el simulacro del
tiroteo en la sierra del Carrizal para evitar posibles represalias
contra las personas que les envenenaron y para que algunos guardias
civiles fuesen recompensados con ascensos .
A El Comandante le faltaban sólo cuatro días para
cumplir los 31 años. En su certificado de defunción, expedido por el
juez de paz de Retuerta del Bullaque (Ciudad Real), su nombre aparece
mal inscrito, pues su segundo apellido, Merino, es transformado en
Medina .
El PCE ocultó las muertes de estos tres
significativos guerrilleros, pues en Mundo Obrero, de fecha 5 de mayo de
1949, se decía que en una batida por los montes de Ciudad Real contra
los combatientes antifranquistas, había resultado gravemente herido el
guardia civil Vicente Velando Real ,
pero no se mencionaban las bajas de la guerrilla. Con las muertes de El
Manco de Agudo, El Comandante y Parrala el problema del bandolerismo en
los Montes de Toledo quedaba reducido exclusivamente a las partidas del
Cuquillo y El Veneno, que contaban con muy pocos integrantes, y que lo
único que pretendían era escapar a Francia.
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