LA DIVISIÓN AZUL FUERA DE COMBATE. DANIEL ARASA 

IV JORNADAS EL MAQUIS EN SANTA CRUZ DE MOYA. CRÓNICA RURAL DE LA GUERRILLA ESPAÑOLA. MEMORIA HISTÓRICA VIVA.

Santa Cruz de Moya, 2, 3 y 4 de octubre de 2003.

LA DIVISIÓN AZUL FUERA DE COMBATE
DANIEL ARASA.

Se cumplen 60 años del retorno "furtivo" del frente ruso de la División de Voluntarios cuando España volvía a la "neutralidad" en la Segunda Guerra Mundial.

La noche del 7 al 8 de octubre de 1943, se cumplen ahora 60 años, empezaba la retirada de la División Azul del frente de Leningrado. Decía adiós a la guerra. Era el símbolo más palpable, aunque no el único, de la participación de España -o para ser más exactos, del Régimen de Franco-en la Segunda Guerra Mundial.

La División había marchado hacia el frente ruso a mediados de 1941 entre entusiastas y multitudinarias manifestaciones. Ahora regresaba a casa en silencio, casi de manera furtiva. El propio Régimen no quería que se hablara de ella porque le inculpaba de colaboracionista con Hitler.

Franco se vio obligado a retirarla porque no podía seguir soportando la presión de los aliados que exigían la retirada de los soldados españoles. Más cuando el lucero nazi estaba palideciendo, arrollado en todos los frentes por la superioridad de las armas aliadas. Curiosamente, y en contra de lo que algunos auguraron, Hitler no mostró irritación cuando la representación española pidió la retirada de la División.

Formaron parte de la División Azul, en sus diversos relevos, 47.000 hombres. De ellos, 4.500 murieron, 8.000 sufrieron heridas, 7.800 padecieron enfermedades y 1.600 congelaciones.

Abundaron las actuaciones heroicas de los divisionarios y la aportación global de la unidad en el plano militar fue aceptable, aún cuando muy pequeña respecto a las dimensiones del conflicto germano-soviético, el principal y más mortífero frente de guerra de toda la Segunda Guerra Mundial, aunque la propaganda en Occidente y la mayor información y filmografía sobre los frentes occidentales hagan creer lo contrario. Dos tercios de los ejércitos alemanes no cayeron enfrentándose a los americanos y británicos sino a los rusos.

Al margen de cualquier valoración política, la División Azul había llevado a los frentes algo positivo: sensibilidad humana. En contraste con el distanciamiento cargado de sentido de superioridad de las tropas alemanas ocupantes y de la brutalidad con que actuaban, de modo especial las unidades de las SS y de los grupos antiguerrilleros, los españoles dieron una pincelada de bondad con la población civil. Los paisanos de los pueblos ocupados por ellos --quedaban sólo mujeres, niños y ancianos, porque los hombres jóvenes y de mediana edad estaban movilizados en el otro bando-- se sentían felices por el trato recibido, dentro de las penurias de la guerra. No faltaron lloros cuando unidades alemanas relevaban a los españoles.

1943, UN MAL AÑO PARA LA DIVISIÓN AZUL.

La "División Española de Voluntarios", nombre oficial, "División 250" en la estructura de la Wehrmacht (ejército de tierra alemán) y "División Azul" como sería más conocida en España, tomó parte en operaciones militares en dos frentes, el del Voljov y el de Leningrado, siempre formando parte del Grupo de Ejércitos Norte de la Wehrmacht.

En 1943 estaba en el de Leningrado y fue especialmente malo para la División Azul. Más bajas que nunca, menos gloria que en otro momento, mayor número de desertores, más olvido de todos. Y, políticamente, más bien incomodaba al Gobierno de Madrid.

El 12 de febrero un telegrama llegado a la representación española en Berlín procedente del frente ruso y firmado por el general-jefe de la División, Emilio Esteban-Infantes, daba información del mayor desastre sufrido por la unidad: tras un ataque soviético realizado dos días antes en Krasni Bor daban por perdidos a tres batallones de infantería, dos compañías de anticarros, dos de zapadores y un escuadrón, así como dos baterías de artillería.

De los 4.200 hombres de la unidad que combatieron aquel 10 de febrero en Krasni Bor cayó el 53 por ciento. Hubo 1.127 muertos, 1.035 heridos y 91 desaparecidos. En total, 2.253 bajas. Las pérdidas soviéticas, según los datos españoles que seguramente son exagerados como es habitual cuando se dan apreciaciones de bajas enemigas, fueron de entre 7.000 y 9.000 hombres. Los soviéticos avanzaron entre 3 y 5 kilómetros, según los puntos del frente.

Había sido la operación de mayor alcance vivida en una sola jornada por los españoles en la campaña de Rusia y el ataque soviético fue precedido por un aluvión de fuego artillero que causó muchas de las bajas divisionarias.

Aunque una parte de los españoles combatió con heroísmo y audacia frente a un atacante muy superior en número y medios, la batalla de Krasni Bor generó entre los mandos alemanes una sensación de desconfianza respecto a la capacidad de combate de los españoles y de su propio jefe, general Esteban-Infantes. Temían que si los rusos volvían a golpear con fuerza en el sector defendido por la División rompieran el frente.

Los soviéticos lanzaron el 19 de marzo un nuevo ataque de gran dureza en la zona del río Izhora. El combate quedó en tablas, con un cierto retroceso de los españoles, pero también con numerosas bajas soviéticas.

MAL RECUERDO DEL DIA DEL ALZAMIENTO NACIONAL.

El 18 de julio de 1943, el general español quiso celebrar el séptimo aniversario del Alzamiento Nacional con una recepción y banquete a los que no sólo asistirían los principales mandos españoles sino, sobre todo, una verdadera galaxia de altos jefes militares alemanes del Frente de Leningrado. Allí estaba Lindemann (jefe del XVIII Ejército, del que formaba parte la división española), Philipp Kleffeld (jefe del Cuerpo de Ejército), Eberhard Kinzel (jefe del Estado Mayor del Grupo de Ejércitos Norte), Hans Speth (jefe del Estado Mayor del XVIII Ejército), y otros muchos, todos con impecables uniformes y pechos plagados de condecoraciones.

En pleno almuerzo, después del parlamento del general español y cuando empezaba a hacerlo el general Lindemann, el más importante de los mandos alemanes presentes, un torbellino de fuego, cascotes y nubes de polvo les envolvió. Los soviéticos, perfectamente informados por los guerrilleros o por algún espía entre la propia población civil de la zona, tenían enfiladas con toda precisión hacia aquel punto docenas de piezas de artillería de largo alcance, que lanzaban sus andanadas en un momento oportunísimo y bien calculado para liquidar a los principales mandos alemanes y españoles. Como pudieron, los militares corrieron hacia el sótano del edificio o hacia las trincheras cavadas alrededor de él para protegerse. Hubo varios muertos, entre ellos Alemany, oficial del Estado Mayor de la División, pero ninguno de los generales ni altos mandos. Resultó una funesta celebración del Alzamiento Nacional.

EL EJE, DE CAPA CAIDA.

Los males de la División en el campo de batalla en el año 1943 eran en realidad reflejo que lo que le ocurría al Eje en todos los frentes. Bastaba echar una ojeada al mapa de operaciones y compararlo con el de sólo unos meses atrás para darse cuenta que las cosas no iban nada bien para los alemanes. A principios de febrero de 1943 había terminado la batalla de Stalingrado, probablemente la más mortífera de toda la historia mundial, con una gran derrota para el Eje. La Wehrmacht había tenido que retirarse del Cáucaso, y los soviéticos habían avanzado desde el Don y el Volga hasta el Donetz. Aunque los alemanes recuperaron en la primavera Jarkov y Belgorod, sufrieron una severa derrota cuando en julio de 1943 lanzaron la "Operación Ciudadela", la famosa batalla de Kurks, en la que se produjeron masivos enfrentamientos de carros de combate. En una semana tuvieron 70.000 muertos y 2.900 vehículos blindados destruidos. Y en el propio frente de Leningrado los soviéticos habían roto el cerco, aunque la ciudad siguiera largo tiempo semisitiada.

En los frentes occidentales la tendencia era la misma. Perdido todo el Norte de Africa (rendición final de las tropas del Eje en Túnez el 12 de mayo) , desembarco en Sicilia (19 de julio), destitución y encarcelamiento de Mussolini (25 de julio), desembarcos en la península italiana (a partir del 3 de septiembre), y, finalmente, el abandono de Italia del bando del Eje (8 de septiembre) y su paso al adversario.

Y, aunque se viera menos en el mapa, la aviación angloamericana bombardeaba día y noche las ciudades e industrias de Alemania con una frágil respuesta de la Luftwaffe, mientras en el mar la eficacia de la flota submarina del Reich había quedado muy mermada ante las mejoras técnicas en el sonar y el radar de los barcos aliados, así como con las nuevas estrategias de protección de convoyes.

Decididamente, en aquel año 1943 la guerra había cambiado de signo, aunque no todos los altos dirigentes de Madrid creyeran en ello. Persistían algunos sectores favorables a la entrada de España en la guerra a favor de Alemania, en especial, entre los militares, el triunvirato Muñoz Grandes - Yagüe - Asensio. Pero también había generales más o menos abiertamente pro aliados, como Varela, Kindelán o Aranda.

En 1943, por otro lado, hubo un peligro real de invasión de la Península por parte de los alemanes, algo que apenas trascendió, e incluso es desconocido entre muchos historiadores. Los germanos temían una invasión angloamericana de la Península Ibérica tras la conferencia Roosevelt-Churchill celebrada en Casablanca entre el 14 y el 24 de enero de 1943 y el jefe de los Ejércitos alemanes en Francia, mariscal Karl Gerd von Rundstedt y su Estado Mayor habían proyectado la "Operación Gisela", consistente en ocupar la península ibérica para oponerse a tal invasión.

PRESIONES ALIADAS SOBRE MADRID.

En esta coyuntura, americanos e ingleses no cesaban de presionar al Gobierno de Madrid para forzarle a alejarse del Eje. De forma intermitente cortaban los suministros de petróleo y denegaban navy certs, certificados de navegación que controlaba la flota británica en su acción de bloqueo continental, con el fin de cortar posibles suministros ultramarinos a países del Eje. Lo aplicaban también a los barcos que navegaban rumbo a puertos españoles o zarpaban desde estos.

Por el contrario, quien ya había dejado de presionar a España para que entrara en guerra era Hitler. A mediados de 1943 le bastaba con que se mantuviera fuera del conflicto, siguiera suministrando wolframio a la industria de guerra alemana, fuera base de información y el país estuviera dispuesto a defenderse en caso de ser invadido por los aliados. No le interesaba un nuevo frente. Ya tenía demasiados.

El ministro español de Asuntos Exteriores, Francisco Gómez-Jordana, conde de Jordana, y el director general de Política Exterior, José María Doussinague, presionaban para que España volviera a la neutralidad, dejando la no beligerancia, que era en realidad una forma de proximidad al Eje. En este marco intentaban también que la prensa adoptara una posición más equilibrada, más neutral, acabando con la tendencia pro alemana. Doussinague, en su libro "España tenía razón" afirmó que "la batalla de la prensa se ganó en julio" de 1943, con la caída de Mussolini y las consecuencias de la derrota alemana en Kursk.

Hacia agosto de 1943 lo más tangible que quedaba de la no beligerancia española era la División Azul. Y a por ella se lanzaron los embajadores aliados en Madrid, el americano, Cartelton J. H. Hayes, y el británico, Samuel Hoare.

El 29 de julio Franco recibió en audiencia a Hayes, que le pidió la retirada de la unidad del frente ruso, así como una declaración inequívoca de neutralidad por parte del Gobierno español. No olvidó recordarle la necesidad de imparcialidad en la prensa española, cuyos lectores aún podían creer, a la vista de lo publicado, que los alemanes ganaban la guerra, cuando desde hacía bastantes meses iban de derrota en derrota.

Franco expuso al embajador su teoría de las tres guerras, que tampoco esta vez "coló" en el embajador americano. Consistía tal teoría en que la guerra mundial no era en realidad un solo conflicto, sino la superposición de tres. Uno, el que mantenía Alemania con los Estados Unidos y Gran Bretaña, en el que España era neutral. Otro el que libraban los alemanes con los soviéticos, en la que Madrid estaba a favor de los alemanes frente al comunismo. Y un tercero el de Extremo Oriente, cuyos principales protagonistas eran Estados Unidos y Japón, en que España era favorable a los americanos. Para los aliados no había más que una guerra, y respecto a ella había que tomar posición.

Los resultados del encuentro de Franco con el embajador norteamericano no se vieron de inmediato, pero no tardó en detectarse en buena parte de la prensa española un distanciamiento del Eje. El 7 de agosto, además, el ministro Jordana informó a Hayes que, a la primera ocasión favorable, el Gobierno español haría una declaración de neutralidad.

El 20 de agosto era el embajador británico quien era recibido por el general Franco en su residencia veraniega coruñesa del Pazo de Meirás, junto con el ministro de Exteriores, conde de Jordana. Hoare vino a pedir prácticamente lo mismo que el embajador americano, pero expresando el rechazo a la Falange y reclamar su desmantelamiento por considerarla el ámbito más pro nazi dentro del Régimen. El embajador inglés, menos comprensivo que el americano para con el Gobierno de Madrid, fue más allá y dio un golpe de efecto: un par de días después viajó a Londres y concedió entrevistas a la BBC y a los corresponsales aliados en las que anunció públicamente que había pedido a Franco la retirada de la División Azul.

La difusión de tal reclamación fue un jarro de agua fría para Madrid. El 26 de agosto Jordana llamó indignado a su despacho a Hoare. Aunque el ministro español era partidario de la retirada de la División, a España le interesaba hacerlo de forma que pareciera una decisión voluntaria, no el resultado de la presión de los aliados. Sin contar con que los alemanes presionaron en sentido contrario.

Quien en aquel momento era director general de Política Exterior, José María Doussinague, afirma en su libro "España tenía razón" que en la primavera de 1943, antes de que ningún embajador plantease el tema, la Dirección General propuso en un informe la retirada de la División. El plan consistía en pedir un relevo de la unidad para descansar, luego ya no se aceptaría que regresara al frente y, gradualmente, se irían retirando los efectivos. Añade que "el Plan era secreto, no deseándose que lo supieran ni los mismos aliados, porque cualquier indiscreción perjudicaría su puesta en práctica. Y, en efecto, la publicidad que se dio a la entrevista del Pazo de Meirás creó en Alemania recelos que retrasaron considerablemente el regreso de la División".

Doussinague trata de defender la posición del Gobierno español, pero si un proyecto elaborado y decidido en primavera ni siquiera había sido planteado a los alemanes a finales de agosto es señal que el órdago del embajador británico fue más eficaz. Otra cosa es que Hoare tuviera un ansia desmedida de protagonismo.

En el mundillo de los espías afincados en los países neutrales, en Estocolmo, en Ankara, en Lisboa, y de forma más disimulada en Madrid y Barcelona, se comentaba en septiembre de 1943 la próxima retirada de la División, aunque las autoridades españolas seguían negándolo. La realidad es que aunque el Gobierno de Madrid veía claro que no había otro remedio que volver a la neutralidad y retirar la División, no encontraba la forma, porque temían muy mucho la reacción de Berlín.

VUELTA A LA NEUTRALIDAD.

El 24 de septiembre, sin más comentarios, Franco anunció en la reunión del Consejo de Ministros su intención de transformar la División en una Legión. Es decir, buscaba una forma salomónica, consistente en sustituir aquélla por una unidad menor. No concretó más ni se hizo pública la decisión.

El golpe se producía el 1 de octubre en que España declara su neutralidad abandonando la no beligerancia. Al día siguiente, el embajador español en Berlín, Ginés Vidal, recibía instrucciones para informar al Gobierno alemán de la decisión de retirar la División Azul, a la vez que el ministro Jordana recibía en Madrid en audiencia al embajador alemán, Hans Heinrich Dieckhoff.

La argumentación española incidió en la falta de nuevos voluntarios, que había llevado a medidas de reclutamiento forzoso para ir cubriendo relevos, y en que la División había luchado mucho y bien pero se había producido un descenso de espíritu combativo, con lo que se corría un riesgo de desprestigio de España. Sólo de forma tangencial se hizo referencia a la presión angloamericana.

A la vez, desde el Gobierno de Madrid se insistiría por otras vías a los mandatarios nazis en que se aumentaría el suministro de wolframio, lo que podría ser más decisivo para el esfuerzo de guerra alemán que unos miles de soldados de infantería.

HITLER REACCIONA BIEN.

Una preocupación entre las autoridades españoles era la reacción que podría tener Hitler a la vista de la decisión de Franco. Una respuesta encolerizada del dictador nazi podía convertir a todos los miembros de la División en rehenes de los alemanes. Estaba en la mente de todos lo ocurrido sólo unas semanas antes a los soldados italianos cuando Italia firmó el armisticio y cambió de bando.

Sin embargo, según explica Helmut Heiber en "Hitlers Legebesprechungen: Die Protokollfragmente seine militärischen Konferenzen 1942-1945", y lo reproducen los historiadores Gerald Kleinfeld y Lewis Tambs en "La División Española de Hitler", el Führer comentó en una reunión con miembros de su Estado Mayor que los españoles había pedido el regreso de la División y dijo: "Manejaremos a la gente con el mayor respeto". Sólo el Jefe del Estado Mayor, general Alfred Jodl, advirtió que los españoles podían regresar pero "las armas se quedan aquí".

La realidad es que los alemanes se portaron bien con los divisionarios en este momento de la despedida, aunque sin duda muchos serían conscientes del negro futuro de Alemania y pensarían que "las ratas dejan el barco cuando ven que se va hundiendo".

LOS ÚLTIMOS EN ENTERARSE.

El 4 de octubre de 1943, ya entrada la noche, se avisa al mando de la División que el general Lindemann llegará a la mañana siguiente para imponer la Cruz de Caballero al general Esteban-Infantes. Tanta premura sorprende a todos. En la ceremonia, el general español está eufórico, convencido de que la condecoración impuesta premia su valor y eficacia y los de sus divisionarios, y comenta a su superior alemán detalles de algunos de los últimos combates. Finalmente Libermann le comunica que la División se retirará del frente para descansar.

En la noche del 7 al 8 de octubre las primeras unidades de la División dejan la primera línea y marchan hacia retaguardia, siendo relevadas por tropas alemanas. Desconocen que ya no han de volver. El relevo durará hasta el día 12 de octubre, y en esta jornada aún algunos españoles participan en combates. No será hasta la tarde de este 12 de octubre, celebrado como Fiesta de la Hispanidad, cuando Libermann comunica a Esteban-Infantes y a sus principales jefes que la División regresa a España.

El general español y sus oficiales se quedaron de piedra. Nadie desde Madrid o desde la representación española en Berlín les dijo nada. Eran los últimos en enterarse.

Un avión correo llegó el 20 de octubre. Trasladaba al agregado militar en Berlín, teniente coronel Bernados, para explicar a Esteban-Infantes la decisión política tomada. Traía consigo sendos despachos de los ministerios de Asuntos Exteriores y del Ejército referidos a la "Legión Azul" y en ellos se denotaban diferencias entre las posiciones de ambos ministerios sobre el volumen de la nueva unidad, que al final tendría unos efectivos teóricos totales de 2.133 hombres.

Unos días después Hitler recibió a Esteban-Infantes en la Guarida del Lobo, en Prusia Oriental. El general español escribiría más tarde que le impresionó tanto la austeridad del despacho del Führer como sus palabras. Evidentemente pensando que el general se las comunicaría a Franco cuando llegara a España, el Führer repetía que los angloamericanos no se daban cuenta que el verdadero enemigo era Stalin y los soviéticos, no él. Ni siquiera hizo referencia al retorno de la División a España.

SILENCIO EN ESPAÑA.

Los contingentes de la División fueron regresando a España a lo largo de las semanas posteriores. Ni Franco, ni Jordana, ni casi ninguno de los altos cargos deseaba darle publicidad, por lo que apenas hubo recepciones y las ceremonias brillaron por su ausencia o fueron muy amortiguadas.

Cuando llegó a Irún el propio jefe de la División, general Esteban-Infantes, sólo acudieron a recibirle el general Pimentel y las autoridades provinciales de Guipúzcoa. No hubo público, a pesar de que la prensa local lo había anunciado. Y al llegar a Madrid también estaba vacía la Estación de Norte. Sólo estaba en el andén una pequeña delegación oficial formada por los generales Agustín Muñoz Grandes y Andrés Saliquet, y el ministro Secretario General del Movimiento, José Luis Arrese, junto a unos pocos falangistas y antiguos oficiales de la División. La representación alemana la ostentaban los agregados militares, pero no asistió el embajador. Nadie más. Ni siquiera los periódicos de la capital habían anunciado el regreso.

Nada quedaba de los discursos enardecidos, los "vivas" entusiastas, las jóvenes con boina roja y camisa azul repartiendo besos y flores, las multitudes eufóricas con que se despedía a los voluntarios dos años antes cuando marchaban al frente.

Con la evolución de la guerra y la derrota del Reich, al Régimen de Franco le interesó poner tierra encima a la odisea de los divisionarios. Habían combatido bien, sufrido mucho por la dureza de la guerra y por el frío, ..., pero casi nadie se acordó de ellos.