TERRITORIO MAQUIS | LA FAMILIA GARCÍA MARTÍNEZ DE SALINAS DEL MANZANO [CUENCA]. 

Pedro Peinado Gil.
Fotografía: José Mª Azkárraga Testor. Archivo familia García Martínez.

junio, 2002

(Publicado en la revista Trébede núm. 70, diciembre de 2002)

“Cree, en cambio el Gobierno ser necesario denunciar una vez más que, bajo una apariencia de falso humanitarismo y fingida compasión, se desarrolla una nueva ofensiva de insidias y calumnias contra España, de la que es promotor y activo agente el comunismo internacional el cual, en efecto, trata de tergiversar los hechos glorificando como mártires de una ideología política a criminales vulgares y comunes ”.

De esta forma se expresaba en una nota, el 1 de marzo de 1946, el Caudillo. Lejos de haberse conseguido la normalización del país tras la victoria, existían focos de resistencia en el interior y en el exterior de España. Franco, pronto obtendría el beneplácito internacional. Aquellos hombres que resistían armados en las montañas fracasaron en su misión principal, preparar al pueblo español para la invasión aliada. Resistirían hasta casi su extinción. En 1952 se retira la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón. “Lo más doloroso de todos aquellos años de lucha fue cruzar la frontera” dice Florián García Blasco “Grande”.

La Guerra de las Sierras nos ha dejado historias como la de la familia García Martínez que ahora pasamos a narrar a partir de sus protagonistas.

RUFINO GARCÍA MARTÍNEZ

“De la familia García Martínez es muy largo para contar, como hijo menor y único superviviente de los cuatro hermanos que se llamaban Eusebio (12-VIII-1908), Leonardo (6-XI-1913), Ángel (2-X-1922) y Rufino (14-VI-1933), hijos de Bernabé García Cañas (11-VI-1878) y María Martínez Conejos (30-IV-1887). (...) Mi padre tenía el cargo de peón caminero del Estado, con residencia en Salinas del Manzano, trabajando en la carretera Teruel-Cuenca, hoy Córdoba-Tarragona. Esta familia trabajadora y llena de honradez, fue envidiada y atropellada por aquellos que más favores habían recibido”.

Esto nos cuenta Rufino García Martínez, el menor de los cuatro hermanos, el único que sobreviviría a una guerra que empezó el 17 de julio de 1936 y aún continúa abierta en su mirada. Actual alcalde de Salinas del Manzano, Cuenca, nos presta su memoria porque alguien había de quedar para contarlo.

EUSEBIO GARCÍA MARTÍNEZ

Todos deberíamos saber que las provincias de Castellón, Cuenca, Teruel, Valencia y el sur de Guadalajara, el de Tarragona y el de Zaragoza, fueron zonas de actividad de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA). Salinas del Manzano estaba dentro del Sector 11º de la AGLA, que además se componía del 5º, 23º y 17º. El 11º sector se extendía desde Cuenca a Teruel y Valencia. Las vías de los ferrocarriles solían ser la frontera con los otros sectores. El 17º ocupaba la mayor parte de la provincia de Teruel, el 23º la de Castellón y el 5º la Serranía de Cuenca.

Eusebio, el mayor de los hermanos García, ingresó en las guerrillas el 25 de mayo de 1947 debido a las reiteradas denuncias del nuevo poder local. Todos sabían que en casa de los García se escuchaba la “Pirenaica”. La radio, que bien podría ser el hilo conductor de esta narración, había sido comprada por Eusebio. Era una RCA que los milicianos, durante la guerra, habían querido incautarles. Estuvo enterrada ante el portal de la casa hasta 1944, año en el que Eusebio abandonó la cárcel.

Eusebio García, de no haber corrido España la suerte de la derrota, hubiera podido desarrollar su potencial creativo en cualquier oficio gráfico, como el dibujo o la fotografía. Es, gracias a su cámara, que podemos conocer cómo era Salinas del Manzano en la década de los cuarenta. También podemos observar su gran imaginación en los cuentos ilustrados La Gallinita Roja y El Perrito Encantado, “regalo de reyes para mi hermanito Rufino”, que escribió y dibujó desde la cárcel de Alicante. Formaba parte del ejército republicano antes de iniciarse la contienda y después de combatir en varios frentes, cayó preso en 1939.

La familia García recibió una carta de Julián Ramos, vecino de Santa Cruz de Moya y compañero de armas de Eusebio. La vida de Julián Ramos, “el Parra” o “Frasquito”, es paralela a la de Eusebio. Miembros concienciados de la comunidad rural que una vez salidos de la cárcel, tras la guerra, siguieron combatiendo en la clandestinidad hasta verse obligados a abandonar sus casas ante el temor de caer detenidos. Julián Ramos moriría en un pueblo de Valencia, malherido por los tiros de un somatenista.

La carta de Julián alertaba a la familia de las dificultades que atravesaba Eusebio para librarse de la pena capital por su participación en la guerra como capitán en el ejército republicano. Juan Serna, amigo de la familia y natural de Salinas del Manzano, terció en la suerte de Eusebio y, a cambio de buenos envíos de comida, gestionó su libertad. Tras cuatro años entre los penales de Alicante y Ocaña, volvió a Salinas del Manzano. Una vez libre, ayudó a sus padres en las tareas del campo y trabajó como agente de seguros. Le decía a Rufinito que, cuando éste fuera mayor y pudiera ayudar a los padres, él se iría a Alcoy, donde tenía una novia, Pilar, con la que quería casarse.

Una noche acudió el alcalde con el aviso de que unos guardias preguntaban por él en el Ayuntamiento. Eusebio dio palabra de que una vez aviados los animales bajaría donde le esperaban.

“Pero ya no se estuvo”. El temor a perder de nuevo la libertad hizo que no cumpliera ni con los guardias ni con los animales e inició una desgraciada carrera que acabaría el 9 de diciembre de 1948 abatido por los tiros de un somatenista. También es cierto que Eusebio tenía responsabilidades y contactos. Su trabajo, como agente de seguros del Agro Español, le permitía realizar labores de enlace en toda la provincia de Cuenca. Quizás pensara Eusebio, cuando recibió el aviso del alcalde, que los guardias venían por algo más que por el delito de escuchar por las noches las ondas prohibidas. No esperó a conocer el motivo de la benemérita visita y partió a luchar “con los guerrilleros del Levante”.

ÁNGEL GARCÍA MARTÍNEZ

Ángel García, al igual que su padre, era peón caminero. Trabajaba en el tramo Casas Nuevas-El Mojón, Cuenca. Fue detenido a la mañana siguiente de la huida de su hermano. Nada más enterarse de la detención, Rufino se dirigió a la Casa del Mojón a dar parte. Era un punto de apoyo de los guerrilleros de la zona. Volvió tras dar el aviso y se encontró con sus padres en la calle y los guardias registrando la casa: “de todos los papeles que revisaron de Eusebio, la conclusión que sacaron fue que era un hombre de mucha valía intelectual” leemos en las notas de Rufino.

Pasarse a las guerrillas en el levante interior era tomar un camino sin retorno, derecho a la muerte. La primera consecuencia era que la familia quedaba marcada, debilitada ante el entorno social y, tarde o temprano, sería acosada hasta su desmembración. Resistir contra el ensañamiento con el que los vencedores y las fuerzas del nuevo orden público iban a tratarla, era una tarea difícil. Pero no tan sólo serían éstos los agentes de la desgracia: a menudo, ya fuera por la recompensa o por el debilitamiento ante la tortura psíquica y física, fueron los amigos, los vecinos, los familiares quienes llevaron ante el umbral del terror a seres queridos. Además de los motivos políticos en las persecuciones a las gentes de izquierda, también deben figurar los económicos. La ruptura familiar ocasionada por la represión inutilizaba una unidad productiva y eso repercutía en cambios de propiedad, usurpación de bienes, multas, fianzas, viajes... Sólo así se explican estas tragedias.

Ángel fue interrogado en el cuartelillo de Alcalá de la Vega. Al atardecer saldría libre. Se iniciaba el acoso.

Cada noche, la familia García Martínez recibía la visita de aquellos que ejercían el control social en Salinas del Manzano. Los somatenes vigilaban y hostigaban a la población desafecta. Aquellas visitas nocturnas se interesaban por las emisoras que se escuchaban en la casa, por las entradas, las salidas, por los contactos con el huido, para intimidar irrumpiendo en la vida cotidiana de los señalados. Por la noche, miembros del somatén se encaramaban en las copas de los olmos que se elevaban frente a la casa de los García Martínez, a la espera.

El 28 de septiembre de 1947 se casa Ángel García Martínez con Isidra Marín Martínez. Un mes más tarde, nacería Palmira, su hija. Viven, durante este tiempo en la casa de los padres de Ángel, en Salinas del Manzano.

“En este tiempo nos pide la Guardia Civil, el brigada Cienfuegos, la fotografía de mi hermano Eusebio, la fotografía para identificarlo como persona no adicta al régimen, y le dijo a mi madre el citado brigada, aquí en este pueblo va a ocurrir algo y no bueno, ya que la gente de aquí promueve enredos, cuentos calumniosos que traerán algo desagradable y no deseado por él”.

En el mes de febrero de 1948 son detenidos Ángel Martínez y Upiano Torralba bajo la acusación de proveer de comida a los guerrilleros. Son liberados a los tres días.

En el destacamento se produce la anunciada marcha del Brigada Cienfuegos y ocupa su plaza el cabo Basilisio. A él siguen llegándole rumores de que Ángel realiza tareas de enlace con su hermano guerrillero.

El trece de abril, Ángel, 25 años, y Frutos Marín Ramírez, 65 años, vendedor ambulante y vecino de Salvacañete, son conducidos al cuartel de esta última población. El 20 de abril de 1948, cinco días antes de su muerte, Ángel relataba lo que le estaba ocurriendo en un poema, “Dedicado a mi esposa”: “sabes que por mi culpa no estoy, ni por ser un malhechor, estoy por un hombre ingrato que ha traicionado tu amor”.

Ángel a través de sus versos nos cuenta cómo se produjo la detención:

“Siento que me llama mi hermano
que rápido me levantara.
Le pregunto apresurado
que era lo que pasaba
me contestó suspirando
la guardia civil esperaba” ver poema completo

Pascual, había delatado a Ángel García. Antes de abandonar el calabozo, le pidió perdón. Pascual, que conocía las actividades de enlace que realizaba Ángel, lo delató ante la Guardia Civil tras un interrogatorio al uso.

“Allí me encuentro al causante
de esta detención.
Pidiéndome de rodillas
no le tuviese rencor.
que él me había delatado
sin saber el por qué sí,
ni el por qué no
pero supo de momento hacerse
nueva invención.
Hoy ese bandido malo
se encuentra en libertad
y yo sin culpa alguna
teniéndolo que aprobar”. ver poema completo

Rufino tiene constancia de que su hermano sufrió serias torturas: “como se constató por los amigos que se acercaban a verlo por la ventana”. No se permitió que lo visitara nadie, ni siquiera Isidra. Por la ventana salió el poema de Ángel.

Confesó haber cometido el delito del que se le acusaba: llevar comida a su hermano. Con tal de librar a una amiga, confesó vestirse de mujer para acudir a los encuentros con su hermano. Con el reconocimiento del delito, se rumoreó la posible liberación del detenido. 

Algo grave estaría ocurriendo cuando el cabo primero Basilisio se fue a Cuenca a consultar con la Comandancia. En Cañete, Cuenca, partido judicial, su alcalde, Don Fidel Sauquillo, estaba realizando gestiones para que los detenidos fueran trasladados al Juzgado y liberados. Llegó la orden de trasladarlos a Cuenca. Para ello se desplaza un coche desde la capital conducido por el chofer del coronel y un número. Recogen a Ángel García y a Frutos Marín en el calabozo de Salvacañete e inician el viaje. Por el camino cruzan Salinas del Manzano. Desde el cuartel de la Guardia Civil de Cañete se desplazan dos números a pie. Esperan la llegada del coche, sentados en el antiguo kilómetro 155.

“Dos kilómetros antes de llegar a Cañete en el poste kilométrico 155 estaban sentados los guardias del cuartel de Cañete, y treinta metros antes de llegar a ellos, paró el coche en que eran conducidos los detenidos, se les obligó a bajar en medio de grandes gritos de éstos, que juntos y esposados se retiraron unos quince metros de la carretera a un ribazo y un reguero donde por la espalda fueron asesinados”.

Esto se conoce porque hubo un testigo que pudo ver la acción a una prudente distancia. El terror les vació la vida. A las seis y media de la tarde, tiñeron de sangre los campos de primavera en la frontera de Teruel y Cuenca.

La versión oficial dictó: “Se trasladaban para entregarlos a prisión provincial de esta capital. Al llegar al kilómetro 155 de la carretera Teruel-Cuenca, situado en un sitio denominado Nogueras del Otero, hubo necesidad de efectuar una reparación del vehículo en que se conducían a dichos detenidos, así como darle aire a una de las ruedas traseras por lo que fueron bajados del vehículo, y aprovechando esta circunstancia intentaron huir por un barranco”.

El chófer, que lucía la gorra roja de conductor, entró en el bar Central de la plaza de Cañete pidiendo agua. Acababan de matar a dos maquis dijo a la concurrencia. Allí se montó el dispositivo de recogida de los cadáveres a fuerza de presionar a la gente. Se conocen los nombres de los vecinos que fueron obligados a traer los cadáveres sobre un carro de varas de una caballería. Recojo ahora un fragmento inédito del trabajo que llevan a cabo los investigadores Puri Bartolomé y Manuel Martínez:

“Ángel fue a recoger los cadáveres de Frutos y de Ángel García. Estaba haciendo la mili y le habían dado permiso, ese día era fiesta en Cañete y salió a tomar algo, en la puerta del bar estaban el teniente “Barbas” y un guardia muy moreno con un gorrete, le dijeron que se fuera con ellos a recoger dos bandoleros que habían matado, también hicieron ir a Julio y a uno que llevaba un carro llamado Marcelino. Cuando llegó al lugar donde estaban los muertos, Rambla Salinas, al lado izquierdo de la carretera entre Cañete y Salinas, todo estaba lleno de casquillos de bala, se asomó al zopetero e identificó a Ángel, dijo: “estos no son maquis, éste es amigo mío y es peón caminero”. Al verlo le dio reparo cogerlo, el médico D. José se le adelantó para alzar de él, tenía un tiro en la nuca y al moverlo le sonó la sangre por dentro “iban amoratados y hechos polvo”.

CLAUDIO MARÍN

Aquella misma noche, Claudio Marín, cuñado de Ángel, saltó la tapia del cementerio para burlar a los guardias que hacían lo propio en la puerta y pudo ver los cadáveres. Ángel tenía sus brazos cruzados sobre su pecho y le habían colocado la gorra de peón caminero. En el bolsillo del pantalón, aún llevaba unas monedas. La noche le impidió reconocer con detenimiento el cuerpo de Ángel. También levantó la manta que cubría a Frutos, tenía el brazo roto, puede que viniera así desde el calabozo, desde el cadalso o debido al transporte, pero al descubrir el cadáver se movió el brazo de manera extraña y Claudio gritó con espanto, “está vivo”. La fractura quebraba la rigidez del cadáver. Luego fue en busca de las autoridades para que le dejaran entrar de forma oficial, pero no se lo permitieron.

La familia recibió la noticia de madrugada. Antes de poderse desplazar a Cañete, estando Ángel de cuerpo presente, son llamados los padres de la víctima, Bernabé y María, el hermano, Rufino, la viuda, Isidra y la huérfana, de seis meses, Palmira, ante la guardia civil, el alcalde y el secretario en el Ayuntamiento de Salinas. Un guardia, llamado Poli, les recibió muy inquieto, con la pistola en la mano y después de que las fuerzas vivas emitiesen su preocupación por las consecuencias del asesinato, advirtió, bajo el gorro de charol, que les hacía responsables de lo que allí pudiera suceder en el futuro. El padre contestó: “si era para quitarle las lágrimas de los ojos que le hacían este regalo“ y preguntó ”¿Quién es el responsable de lo que en mi casa está ocurriendo?” Tras las palabras de Bernabé García Cañas, el padre del asesinado, el tal Poli, le apuntó con el arma en el pecho. “Cállese que le pego cinco tiros”. Y esto lo sabemos porque allí estaba Rufino, con quince años, con los ojos de un niño de quince años. No se permitió a los padres, esposa, hija y hermano asistir al entierro y todo lo que saben de lo que allí ocurrió es por boca de lo que pudieron contar vecinos y familiares. Y Claudio.

Por la mañana estuvo presente en la autopsia. El médico se negó o le impidieron practicarla por sus convicciones políticas, para ello tuvo que venir el de Salvacañete. A Ángel, un tiro le había atravesado la nuca hasta encontrar salida por la mandíbula.

Claudio fue a hablar con el cura. Se pretendía enterrar en la misma fosa a los dos muertos en el apartado no sacramental del camposanto. Claudio pagó cuarenta pesetas por el entierro. El cura, sin esconder su incomodo, le preguntó si quería que bajara al cementerio. “Si usted es cristiano, tiene que enterrarlo como cristiano y como persona. Quiero yo que haga el entierro como tiene que ser”. Cuenta que todo iba demasiado deprisa, que son situaciones a las que te has de enfrentar y “sale el valor”. Se sintió arropado por el pueblo y eso le ayudó a realizar las diligencias que le llevaban del Juzgado al Ayuntamiento, de la iglesia al camposanto. Hubo un numeroso grupo de personas junto al muerto, pese al miedo, pese a la presión y al terror que habitaba en todos los rincones. “La cosa era más seria que todo esto, por una palabra mala, te pegaban contra la pared, los únicos que te podían refugiar eran los curas”. Un grupo de mujeres, entre las que se encontraban las de los guardias, gritaba a los que iban al cementerio: “No apoyen a los rojos, que son unos asesinos”. El cura se dirigió a ellas para recriminarles su conducta. “Yo me vine a Barcelona porque si no me peinan”. Esa fue otra de las conclusiones de la guerra sucia, el exilio interior, prolegómeno de la inmigración y del silencio que asola las sierras.

“En el entierro estuvieron presentes el alcalde de Cañete, Don Fidel Sahuquillo, Lorenzo, Claudio, él mismo lo tapó con la tierra. Don Fidel dijo que aquello era el crimen más injusto que se conocía, que no compartía esos hechos y que de haber llegado a Cañete, Ángel seguiría con vida”. Está escrito en las notas de Rufino.

Testimonios recuerdan que el responsable primero de este lamentable relato, el que promovía “enredos y cuentos calumniosos” según el guardia Cienfuegos, estuvo presente en el entierro, también comentan que no quería que aquello hubiera llegado tan lejos. Ángel había rechazado a la hermana de aquel falangista que no paró de incordiar a los guardias hasta que provocaron la ruina. Eusebio, con su huida al monte, dejó el terreno abonado a la venganza. El testimonio de Pascual se convirtió en la prueba definitiva y las fuerzas del nuevo orden llegaron demasiado lejos, hasta el kilómetro 155, hoy 504, donde la carretera que une Salinas con Cañete pasa sobre un regajo. Hace unos días nos enteramos de la muerte de Claudio Marín que se refugió en Barcelona y donde vivió hasta su muerte.

“DOMINGO”

Eusebio pasó a llamarse “Domingo”. No puede entenderse la guerrilla si no se analiza desde la clandestinidad, dice Manuel Pérez Cubero “El Rubio”. Y la clandestinidad es una nebulosa donde se confunden los destinos. No tenemos fotos ni testimonios de la vida de “Domingo” ni se conoce dónde reposan sus restos. Pese a que sus vecinos se subían a los olmos para detenerlo en cuanto apareciera, volvió a su pueblo en más de una ocasión. Dejemos que sea Rufino el que haga el relato:

“Eusebio vino varias veces al pueblo, a los pocos días de marcharse, una noche estuvo en casa de Isidoro (...) yo no pude ir, tuve que subir a Salvacañete a la farmacia para mi padre y como me contaban todos los pasos que daba, por lo que era un riesgo el ser descubiertos. En todos los momentos me vigilaban y registraban el saco de la paja cuando iba al pajar, diariamente. Aun todo el control riguroso de las noches, llegué con la cena al pajar para dos guerrilleros, “Tomás” y otro de Castellón. Recuerdo verlos con los fusiles que bajaban de frente de mi pajar en un ribazo de espino”.

El historiador Salvador Fernández Cava nos hace un posible recorrido de la vida de “Domingo” en la guerrilla. Hacia el mes de septiembre de 1947, estaría en el campamento escuela de Tormón, Teruel, en un curso sobre armamento y explosivos desarrollado por Francisco Corredor Serrano, el mítico “Pepito el Gafas”, uno de los más famosos y respetados guerrilleros, desaparecido camino de Francia. Desde allí se destinaron a varios guerrilleros de Teruel al 5º Sector, cuyo jefe era Pedro Merchán Vergara, “Paisano”, natural de Adamuz, Córdoba. La valía intelectual de “Domingo” le sirvió para que en pocos meses “Paisano” lo nombrara su segundo, sucediendo a Casto, “el Chato”, al que habían herido tras el asalto al campamento de Villarejo de la Peñuela. Allí murieron cuatro guerrilleros.

El 28 de mayo de 1948, “Domingo” y Cesáreo Fuentes Ávila, “Olegario”, entraron en Cañizares. El Guerrillero, periódico editado en las Montañas Levantinas, por la AGLA, relataba la noticia: “Dos guerrilleros que marchaban en servicio especial, fueron interrogados en las cercanías de Cañizares (Cuenca) por un guardia civil, al que dispararon a boca jarro y murió en el acto”. Esta versión contrasta con los testimonios recogidos por los investigadores Puri Bartolomé y Manuel Martínez. El guardia había sido alertado de la presencia de un forastero. Lo localizó y le pidió la documentación, era “Olegario”, iba solo. Le dijo al guardia, “vosotros siempre estáis pidiendo la documentación”. Y al echarse mano a la cartera, el guardia vio la empuñadura de la pistola del guerrillero en la cintura y tuvo el acierto de quitársela, aunque no de matarlo, pues “Olegario” salió huyendo al grito de “¿“Domingo”, dónde te has metido que casi me matan de un disparo?”.

Otras acciones guerrilleras realizadas en el 5º Sector y en las que “Domingo” podría haber estado inmerso, podemos encontrarlas en el órgano clandestino. Entre ellas: la entrada y mitin en Requena el 10 de diciembre de 1947, la voladura, un día después, del albergue falangista Laporta de Buñol y la resistencia a un asalto de la Guardia Civil. Nuestras fuerzas respondieron valerosamente y ante la tenaz resistencia y el nutrido fuego de nuestras armas automáticas, la Guardia Civil se retiró en desbandada. El 22 de abril de 1948, dos guardias fueron ajusticiados en Almodóvar del Pinar. La noticia causó enorme regocijo entre la población civil. Y en referencia a uno de ellos: se había ganado el odio de aquella contornada por sus malos tratos a la población y el terror que había impuesto. El 8 de julio, se produce un asalto a un coche de línea en el kilómetro 40 de la carretera Cuenca-Beteta. El Guardia Civil que viajaba con el pasaje, quiso repeler con su arma el asalto, muriendo en el intento. El 16 de septiembre, en otro control de carretera establecido por la guerrilla, se detienen a un teniente y a un cabo junto a dos agentes de la Fiscalía de tasas. Fueron fusilados a petición del pueblo allí reunido que los reconoció como responsables de un sin fin de robos, apaleamientos y muertes de compatriotas.

Fernanda Romeu, autora de la excelente obra, La Agrupación Guerrillera de Levante, escribe sobre el periodo 1947-48: “En esta etapa la represión y el terror adquieren nueva virulencia y sus golpes se concretan en aniquilar el movimiento armado de la resistencia por medio de ofensivas de extraordinarias dimensiones”.

A su vez, la guerrilla responde con contundencia. El Guerrillero, septiembre de 1948, recogía las conclusiones de la reunión político-militar de su Estado Mayor. Pasaban a una ofensiva general contra la Guardia Civil, los chivatos y delatores, los miembros de la Fiscalía de tasas y a trabajar por la organización de las masas y buscar alianzas con campesinos y obreros.

El General Pizarro, gobernador civil de Teruel, había sido encargado de eliminar a la guerrilla. A ello sumó su empeño ordenando despoblamientos de los núcleos alejados, detenciones masivas, la utilización indiscriminada de la ley de fugas, la creación de las temidas contrapartidas o brigadillas, la prohibición de circular de noche, la obligación de los campesinos de llevar un salvoconducto para desplazarse a sus tierras, etc.

Ricard Pérez Casado, diputado socialista, sostuvo en el Proyecto No de Ley de 27 de febrero de 2001 sobre Rehabilitación de los Combatientes Guerrilleros Antifranquistas: “La creación de un mando único unificado a las órdenes del general Pizarro, gobernador militar de Teruel, Albacete, Cuenca y Valencia, demuestra bien a las claras que se estaba ante un combate militar al que se respondía militarmente”.

EPITAFIO

Josep Sánchez Cervelló y Carles Llauradó, analizando documentos del Archivo de la Guardia Civil, sitúan la muerte de “Domingo” el 10 de diciembre de 1948, en una emboscada cerca del campamento del Mojón de los Tres Reinos, donde el AGLA tenía la emisora. Sin embargo, parece que tuvo su encuentro con la muerte en Fuertescusa, Cuenca. Un grupo de nueve guerrilleros entró en esa población buscando avituallamiento. “Domingo”, y posiblemente otro, estaban en casa del alcalde. Mientras se revisaba la casa, “Domingo” custodiaba a una joven, junto al hogar. Alguien había alertado al somatén. Según otro informe de la Guardia Civil el jefe local de la Falange le disparó con una escopeta.

Una guerra que revirtió en la vida de los pueblos. Rojos, republicanos, desafectos, auxiliadores de bandoleros y malhechores frente a guardias, somatenistas, falangistas. Delatores, torturados, desaparecidos, viudas, viudos y huérfanos fueron su resultado. Bartolomé García Cañas murió en el año 1949. Ellos, que habían sido una familia solidaria, se vieron abandonados por todos. Rufino fue peón caminero, compartió mesa con aquellos que habían sido protagonistas de la represión y se mantuvo en silencio hasta hace unos años. Busca recuperar el honor de los suyos, de todos aquellos que creyeron entregarse a la causa justa. Era mucho enemigo aquel desafuero instaurado tras el 17 de julio.

EPÍLOGO

Tan sólo hemos mencionado en este trabajo, al cuarto de los hermanos García. Leonardo, nos cuentan, se alistó en el ejército republicano y combatió bajo el mando de Líster. Durante la batalla de Teruel, un convoy en el que iba el general republicano, acompañado de su plana mayor, se detuvo en Salinas para conocer a la familia García. Salió todo el pueblo a verlo. No hemos podido saber qué fue de Leonardo. Puede que cayera en el corte del Ebro. Rufino recuerda con dificultad, tenía cinco años y al parecer comunicaban en una carta del ejército la muerte o desaparición de Leonardo. Años más tarde, Eusebio escuchó en la BBC la biografía de su hermano. Era teniente coronel y había participado en la resistencia francesa contra la invasión nazi. Llegó a oídos de la familia que Leonardo murió en una refriega al cruzar el Pirineo. Venía a vengar la muerte de sus hermanos. Pero esa senda nos lleva al territorio de la leyenda y nosotros andamos en territorio maquis. Esperemos, en el futuro, averiguar que sucedió con Leonardo de la familia García Martínez de Salinas del Manzano.