IV JORNADAS EL MAQUIS EN SANTA CRUZ
DE MOYA. CRÓNICA RURAL DE LA GUERRILLA ESPAÑOLA. MEMORIA HISTÓRICA VIVA.
Santa Cruz de Moya, 2, 3 y 4 de
octubre de 2003.
Antonio Pantoja Chaves.
Universidad de Extremadura.
"La mujer fotoperiodista: imágenes en transición".
Comunicación presentada en las Jornadas Para (Re) construir la imagen
visual de la mujer en la España contemporánea.
La Imagen fotográfica de la Transición provoca
sentimientos profundos, aún mayores al repasar las viejas fotografías de
recolección que nos presenta la prensa en la actualidad y el conjunto de
publicaciones o catálogos especializados de carácter documental. No es
de extrañar que la mayor parte de los recuerdos que tenemos actualmente
de la Transición política española sean visuales, y de entre todos ellos
sea la fotografía la que almacena un mayor poso de memoria frente a la
fugacidad de otros medios, como pueden ser las imágenes cinéticas. En
general, un compendio de imágenes que enfocan nuestra mirada de la
Transición a medida que recuperamos en nuestra memoria los
acontecimientos capturados en cada uno de aquellos instantes.
La labor esencial, en otros muchos momentos crucial y
arriesgada, de los reporteros gráficos en nuestro país ha generado una
dependencia de lo visual frente a lo escrito o relatado que todavía hoy
no ha llegado a tener un reconocimiento general. En casos tan
reconocidos como el asalto de los militares al Congreso de los
Diputados, la imagen del teniente coronel A. Tejero en la tribuna en el
intento de toma de poder, cuya iconografía es la más consumida y más
relacionada con el período de la Transición, demuestra la fuerza que
contiene el instante para conformar la memoria colectiva de nuestra
historia reciente. Por circunstancias particulares y condicionantes
dispares el trabajo de los reporteros gráficos, sus fotografías, no ha
tenido en España una imagen comparable al periodismo escrito, y ni
siquiera buena prensa en la comunidad de historiadores.
Durante el proceso de transición política española,
la sucesión vertiginosa de acontecimientos genera una inestabilidad
narrativa que solamente, con el paso del tiempo, se ha podido asimilar,
estructurar e incluso etiquetar los distintos hechos que marcaron esos
años decisivos en nuestro país. Todos los comentarios históricos e,
incluso periodísticos, los análisis y las conclusiones sacadas han sido
posteriores a los hechos acontecidos. La palabra o el texto, medio de
transmisión referenciador, no tuvo la capacidad de encerrar la evolución
de los hechos. Tan sólo la prensa recogió la fugacidad del momento,
demostrada por el nacimiento de una nueva forma de atender a la noticia,
y con ella, la fotografía de prensa retrató la imagen viva de esos años.
Su labor proporcionó el conocimiento real de los personajes más
relevantes, lo que significó un avance a la hora de entender que era lo
que se estaba gestando políticamente, y lo que cada uno representaba
ideológicamente.
Años atrás, durante la dictadura de Franco, la vida
parecía avanzar más despacio, casi nunca pasaba nada fuera de lo normal.
Esta inmovilidad estaba representada por la presencia del general
Franco. Si recurrimos a sus imágenes, a sus fotografías, son solemnes,
estáticas y oficiales. Toda esta pasividad se quebró tras su muerte, los
años de la transición política imprimieron un ritmo al país que
arrastraba a toda la sociedad española; a unos les esperanzaba la nueva
situación, a otros les desbordaba.
Esta fugacidad es captada, capturada, por la
fotografía de prensa, que en ese instante se convierte en protagonista
real de los acontecimientos, hasta el punto que determina, en muchos
aspectos y momentos, la visión y orientación de la sociedad. La imagen
se vuelve familiar y educa la mirada[1],
la vida política se hace común y sus imágenes estaban presentes en la
vida diaria y familiar de la sociedad, para saltar de la oficialidad y
convertirse en cotidianas.
Por entonces el número y la aportación de las mujeres
fotógrafas de prensa era muy escasa. Lo que constituía simplemente una
avanzadilla del reporterismo gráfico femenino tenía que competir con el
nutrido gremio de reporteros gráficos, que materialmente monopolizaban
la profesión y la actividad de las principales agencias. La información
gráfica en la prensa diaria alcanzaba valores documentales excelentes y
cotas de calidad técnica no logrados hasta esos años. Tales
características, junto con la restringida tradición del reportero
gráfico español, fueron un estímulo para muchas de las mujeres que
querían profesionalizar su esfuerzo, talento y compromiso con la
fotografía como fuente documental durante el proceso democrático.
La presencia de la imagen fotográfica, no sólo en la
actualidad sino a partir de los años setenta en nuestro país, es tan
crucial que ha llegado a ser imprescindible como contenido de
información. El valor de la fotografía como fuente documental fue la
preocupación esencial de muchos reporteros que empezaron a conformar,
con sus fotografías, la mirada de la Transición. Dentro de este cuerpo,
la aportación de la reportera gráfico sugiere nuevas perspectivas, su
mirada, quedando impreso en sus negativos la sensibilidad, la intuición
e incluso la imaginación de lo que tenían ante su objetivo, ante sus
ojos. Esta contribución de los profesionales del periodismo gráfico no
debe ser ajeno a los historiadores, teniendo en cuenta, además, la
profunda repercusión que están alcanzando los nuevos medios
informáticos, los cuales apuestan por este tratamiento iconográfico,
convirtiéndose en el soporte natural y más idóneo para las fuentes
visuales.
El alto contenido de memoria que muestra la
fotografía, ofrece al historiador posibilidades de trabajo diferentes al
precario tratamiento que ha recibido, y sigue recibiendo, hasta ahora,
como mero complemento ilustrativo de lo que el texto afirma. La
fotografía, como soporte de la memoria, pliega el pasado en el presente,
ya que ésta no muestra la inmovilidad del pasado sino su continuidad. La
imagen fotográfica contiene los instantes reales de los diferentes
acontecimientos que se están sucediendo y, sin duda alguna, recoge la
espontaneidad de un período tan vivo y crítico como es el de la
transición democrática española.
Como reivindicación práctica, nuestra actitud debe
ser la de apostar por una perspectiva donde los nuevos soportes
informáticos -magneto-ópticos y digitales- se incorporen como
herramienta útil a la tarea del historiador, adaptándolos a nuestras
exigencias de forma natural. Teniendo la capacidad suficiente de
atribuirles la importancia requerida, pero siendo coherentemente
conscientes de que su presencia tiene que cambiar nuestros hábitos
investigadores. Por otro lado, estos nuevos soportes permiten incorporar
todo tipo de recursos, del tipo de lenguaje hablado, escrito, sonidos e
imágenes cinéticas, entre otros, que refuerzan la función narrativa, que
aumentan la potencialidad expresiva del discurso, ayudando a organizar
la emotividad de los instantes, a darles coherencia actuando de forma
complementaria, para conectarlos y escribir un nuevo discurso histórico.
En el particular recorrido por el que ha pervivido el
reportero gráfico en España apenas encontramos fotografías realizadas
por mujeres, una ausencia que se equipara con el resto de los oficios.
La secular reivindicación de la mujer por su reconocimiento social
dentro de la élite que acapara el hombre, por su incorporación y
aportación en las grandes empresas, ha sido, y en determinados espacios
y culturas sigue siendo, una rasgo inherente de las sociedades
contemporáneas. La mujer, que había mostrado sus inquietudes hacia el
mundo de la fotografía en los ambientes oficiales del régimen
franquista, obtiene la profesionalización coincidiendo con los años de
apertura política durante la Transición.
La mujer, en cierta medida y condicionada por la
situación laboral del reportero gráfico, reservó o guardó su mirada para
los acontecimientos que caracterizaron el proceso democrático, no abrió
su visor y enfocó su objetivo hasta que la situación política y social
del país no había mostrado la pluralidad y los colores a la cámara que
ella sostenía. Las fotografías de la mujer reportera tenían que competir
en el campo del fotoperiodismo, primeramente por su condición femenina,
y, sobre todo, en cuanto a la calidad de su trabajo. Su presencia en la
profesión coincidía con su auge, con unas cotas de calidad técnica no
logrados hasta entonces y con un valor documental excelente. En este
sentido, su aportación revalorizó todos estos avances y su talento
diversificó la mirada del reportero de prensa.
La percepción de la mujer con la realidad que le
rodea se diferencia, sus fotografías lo avalan, con la de sus compañeros
por la actitud que muestra en el intento por cubrir el acontecimiento o
la noticia. Al igual que consideramos por asentimiento general que no es
lo mismo oír que escuchar, para la reportera gráfico no representa lo
mismo mirar que ver. Frente a la mirada mecánica que ofrecen los
fotógrafos, la mujer aporta una mirada que impregna su sensibilidad ante
la vida que tiene frente a sus ojos, su objetivo. Los reporteros son
conscientes de la importancia que cobra en esos momentos su trabajo y
por eso intentan captar la instantánea más reveladora de la situación,
formando esos grupos de presión ante el protagonista. Desde ese bloque,
la mujer enfoca su mirada con una postura atrevida, emotiva y
profesional, cualidades que han definido la presencia de la mujer en el
reporterismo gráfico.
La imagen de cada época, tiempo o generación está
conformada por la proyección de la fotografía que refleja la realidad
del momento. Una de las primeras mujeres fotógrafos que se hicieron con
un nombre en el oficio fue Frances Benjamin Johnston. A principios del
siglo XX, en los Estados Unidos, la fotografía estaba escasamente
relacionada con la prensa escrita, tan sólo la participación de algunos
periodistas que incluían en sus artículos fotografías de la noticia
estrecharon el vínculo entre fuente y medio que se ha mantenido hasta
nuestros días. Este hábito era poco usual, considerándose un servicio
desconocido y adicional que complementaba el escrito, pero rápidamente
el interés de los editores exigió la presencia y contratación de
fotógrafos profesionales. Presintiendo las nuevas posibilidades que se
abrían en esa dirección periodistas y empresarios crean las primeras
agencias, como es el caso de George Grantham Bain que en 1898 funda la
Mountauk Photo Concern. Su particular apuesta fue la de contar con la
fotógrafa Frances Benjamin como profesional para su firma, por su
calidad y por su arrojo en los temas que exponía con sus fotografías.
Esencialmente recogía escenas de trabajo de sectores
marginales, campesinos, carpinteros, trabajadores de la construcción,
pero también, imágenes de la mujer de su tiempo, el negativo de una
sociedad que discriminaba a la mujer del status privilegiado del hombre
por su condición y por su color. En definitiva, mostraba el compromiso
de la autora con la realidad norteamericana de principios de siglo. En
1897 Johnston publicó un artículo en el periódico de Casa de Señoras,
que tituló "Lo que una mujer puede hacer con una cámara". Este artículo
pasó a convertirse en una protesta combativa para reivindicar el papel
que debía desempeñar la mujer desde su posición[2]
y sus fotografías se consideraron como actos reales de denuncia.
Esta línea la combinaba con excelentes reportajes de
la vida política y pública de su país, trayectoria que la convirtió en
la representante de los Estados Unidos, y única delegada femenina, en el
Tercer Congreso Internacional de Fotografía de París en 1900. Frances
Benjamin entró en el campo de la fotografía cuando todavía se estaba
definiendo, pero supo adaptar su excelente trabajo como reportera
gráfico a las exigencias de la profesión, con la preocupación por fijar
la presencia de la mujer en este campo y en la sociedad.
La fotografía, desde sus orígenes, se ha convertido
en un instrumento político, tanto por su utilización como por su
manipulación. En la década de los años treinta, Estados Unidos, y por
extensión la economía de los principales países europeos, se hunde en la
recesión y el desempleo se dispara. Miles de trabajadores se movilizan
en busca de un empleo regular que les proporcione la subsistencia,
muchos de ellos se trasladan a California, cuya situación es un retrato
de la miseria y del desamparo estatal al tener que hacer frente a la
crisis económica. Allí vive Dorothea Lange, una joven fotógrafa que
mantiene de forma autónoma un estudio de fotografía, y que traslada su
espacio de trabajo a la calle y campos de su ciudad para fotografiar a
la multitud de desempleados que muestran su precaria condición.
Esta imagen de la Madre inmigrante[3]
rápidamente se convierte en un icono para la propaganda gubernamental de
la Administración Rooselvet, que sirve para activar el programa
económico New Deal y mantener así su promesa de sacar al país de la
crisis. Esta instantánea le otorga a Lange la oportunidad de dirigir la
sección de fotografía que se encarga de captar la miseria que viven las
víctimas de la Gran Depresión. Los negativos se multiplican, colas de
desempleados, familias empobrecidas o empresarios desesperados en la
bolsa de Nueva York, todos reflejan las escenas de dramatismo, pero
ninguna conmueve tanto como la serie que realizó Lange en los campos de
California, guiada por el mismo instinto y sensibilidad que esta madre
muestra ante sus hijos.
Esta fotografía simboliza el valor de la mujer ante
la difícil situación que debe afrontar a mediados de siglo, la madre
ante el futuro de su familia y la reportera por consolidar la
trayectoria de la mujer en el campo de la fotografía documental. Pero
esta interpretación la esgrime la propia Lange, ya que su imagen se
convertirá en un icono reutilizado en décadas posteriores con un sentido
parecido al de su concepción, la mujer como víctima de las injusticias
sociales y como protectora en la que podemos encontrar el amparo de una
madre[4].
Ejemplos que intentan prolongar el valor de lo fotografiado, pero cuyas
reinterpretaciones debilitan la fuerza del instante de la madre
inmigrante.
Con la misma curiosidad e interés que Dorothea Lange
muestra ante los acontecimientos que surgen en su entorno, un importante
grupo de reporteros, cuyas fotografías habían tenido cierta relevancia
en la prensa y revistas ilustradas durante la Segunda Guerra Mundial y
los años iniciales de la Guerra Fría, intenta controlar y dignificar su
trabajo frente al criterio de los redactores, apuesta que se materializa
en la fundación de la prestigiosa agencia Magnum. Este equipo de
fotógrafos, integrado por Robert Capa, Henri Cartier-Bresson o Eugene
Smith principalmente, querían expresar sus ideas sobre la mayoría de los
eventos, sucesos y efemérides de su época.
Bajo esta misma filosofía de trabajo y de actuación
una joven fotógrafa pasa a formar parte del mítico equipo de reporteros
de Magnum. Inge Morath recorre el mundo con su cámara, buscando la
fotografía de su carrera con la intención de cubrir cualquier detalle o
protagonista, despertando el espíritu de todo viajero que quiere
descubrir la singularidad de cada rincón del mundo. Como es el caso de
su reportaje Fiesta in Pamplona, en el que destaca los elementos
representativos y costumbres de la fiesta que ha sido fuente de
inspiración para multitud de artistas.
Inge Morath fue, por tanto, la una de las pocas
reporteras gráfico que estuvo en activo en nuestro país durante el
régimen franquista, aunque sin ninguna vinculación con los centros
oficiales. En aquella situación, la imagen de la mujer en España hay que
buscarla en los trabajos de algunos grandes reporteros extranjeros, en
la mirada del otro. Destacan por su importancia y originalidad Eugene
Smith, autor del célebre reportaje Spanish Village, realizado en 1950 en
el pueblo extremeño de Deleitosa; la mirada europea de Cartier-Bresson
que captó la espontaneidad y los rasgos personales de la sociedad
española; y próxima a la visión del fotógrafo francés es la de Inge
Morath, que realizó cientos de fotografías llenas de sinceridad y de
comprensión con la realidad española de los años cincuenta.
Morath centró su atención en los escenarios
tradicionales y los ambientes costumbristas de la mayoría de las
regiones de España, extrayendo la particularidad y la naturaleza de cada
una de ellas. Con una especial dedicación, enfocó su mirada en la mujer
como espejo de una sociedad que fija y trasmite los valores
tradicionales. Para ello recurre a fotografiar escenas que conservan ese
carácter popular, como son los preparativos de las celebraciones
religiosas, la mujer en el matrimonio, en la primera comunión, o en
rituales de Semana Santa, actos donde los valores son heredados por cada
generación y que la mujer conserva en la familia; de igual forma recoge
los ambientes folklóricos, en los que capta la esencia de la fiesta
española donde la mujer es principal protagonista, como las fotografías
de bailes y danzas flamencos o las procesiones al Rocío; y también
centra su interés en escenas cotidianas de mujeres desempeñando tareas
domésticas. En general, toda una serie de instantes que abren ventanas
al mundo en las que se asoma la mujer retratada por la mirada extranjera
de Inge Morath.
La mujer fotógrafa española, ausente de la historia
de la fotografía, hizo su aparición con los primeros síntomas de
apertura política, estrechamente relacionada con la eclosión de las
agencias gráficas, entre las que destacan Cover, la más emblemática de
la Transición, Pull o Copi, e incorporadas a las plantillas de redacción
de los principales diarios de la época, como Informaciones o Pueblo, y
más tarde El País o semanarios como Tiempo. Un grupo de reporteras que
empieza a ganarse una identidad y a profesionalizar su situación,
destacando por su dedicación y esfuerzo, como Frances Benjamin, por su
sensibilidad y emotividad, al igual que Dorothea Lange, y por el
compromiso mostrado por Inge Morath, ante una época en la que tienen que
enfocar su mirada.
Estos son los casos de fotógrafas como Marisa Flórez,
Queca Campillo[6], Aurora Fierro, o
incluso, Cristina García Rodero, que han creado, con sus fotografías, su
particular imagen de la Transición, con instantes que han escapado del
olvido en la memoria de España. Que han capturando los principales
acontecimientos del proceso democrático desde distintos ángulos y con
enfoques diferentes, tan relevantes que ensalzan los logros y éxitos de
los protagonistas de la Transición. Y aportando una mirada que no
difiere en calidad de la de sus compañeros, sino que alimenta una
profesión de las que han sido relegadas a lo largo de la historia de la
fotografía.
De esta forma, la imagen de la reportera se despliega
para captar el acontecimiento, su mirada ya no se presenta velada y
limitada al enfoque de los fotógrafos, sino que se muestra abierta,
decidida y con una capacidad de observación sostenida. Ante sus ojos han
posado personalidades políticas, líderes de la democracia, protagonistas
de singulares y trascendentales acontecimientos, hasta personajes
relevantes de la cultura y comprometidos con la nueva sociedad,
instantes que se han fijado en la memoria de nuestro país. Sus cámaras
han recorrido las calles, los mítines, las manifestaciones, el
Parlamento, las consultas electorales y la identidad de las comunidades,
ejemplos de la realidad que le han otorgado los mejores premios de
periodismo gráfico durante estas décadas.
Sus miradas han capturado los momentos decisivos, a
los que siempre se ha referido Cartier-Bresson, de la historia de
España, pero han tenido, sin duda, un especial acercamiento y
comprensión por la imagen que la mujer ha conformado durante estos años,
desde los distintos ámbitos políticos y sociales, y desde sus diferentes
ocupaciones. Estas reporteras han dirigido su mirada también a la mujer
como protagonista esencial de este fin de siglo.
En sus fotografías se manifiestan un permanente afán
por atrapar el instante preciso de muchos de los protagonistas cuyas
trayectorias han desembocado en la soledad y el desgaste que el proceso
democrático les ha exigido. Un punto de inflexión que dignifica su
pasado incorporado en ese instante que se hace presente cada vez que lo
contemplamos. Estas imágenes provocan la desazón y la seducción de la
espontaneidad, como la fotografía que realiza Marisa Flórez a Dolores
Ibárruri durante una de sus últimas asistencias a las sesiones del
Comité Central del PCE.
Durante los años de la Transición la mujer abanderó
los primeros movimientos de protesta vinculados con la oposición, se
sentía protagonista de su situación. Primero al reclamar una serie de
libertades con respecto al nuevo régimen, que combinaba con una
exigencia de igualdades y derechos que le habían sido limitadas durante
las décadas anteriores. Tan sólo algunas mujeres ejercieron en la
vanguardia política, Dolores Ibárruri, Pasionaria, representaba el
compromiso de una mujer con sus ideales en la política y el relevo de
las esperanzas de la mayoría de las mujeres de izquierdas que
consolidaron su carrera en democracia. Una imagen en la que Marisa
Flórez intenta recuperar una trayectoria de la mujer en la política,
aunque al mismo tiempo refleje el retiro de una generación. Un instante
que despliega muchos otros de la dirigente comunista y que recupera del
olvido una imagen velada de la memoria visual de España.
A veces esos instantes decisivos denotan el interés
por mostrar una imagen familiar y sencilla de algunos representantes
institucionales que por tradición han proyectado una imagen oficial,
utilizada y manipulada. El objetivo de estas reporteras se ha acercado a
presidentes del gobierno en faenas de rutina y en momentos de intimidad,
a personalidades relevantes que han posado con naturalidad, o incluso
han mostrado la sencillez de los miembros de la familia real, cuyos
retratos han escapado de esa oficialidad y han rescatado la
espontaneidad que el instante fotográfico ofrece.
Fotografías que reflejan actitudes que rompen con el
protocolo oficial, gestos que despiertan la curiosidad de la fotógrafa,
en este caso de Queca Campillo, y que se cristalizan ante su mirada. En
tales casos, no deja de ser una imagen utilizada para reforzar la
naturalidad de la familia real, una apariencia que revaloriza el papel
de la mujer como representante de la Corona en España en un acto solemne
e institucional, muy similar a la sencillez y estima que presenta
repetidamente la reina en las visitas oficiales, pero en definitiva, una
fotografía que encuadra intencionadamente lo que la reportera quiere
expresar.
La fotografía de la mujer que la reportera gráfico ha
capturado durante los años del proceso democrático ha positivizado su
imagen. Ha recogido los diferentes instantes en los que la mujer ha
hecho acto de presencia durante la Transición. Instantes relacionados
con su irrupción en la actividad parlamentaria, en representación de la
pluralidad democrática; liderando propuestas políticas en las directivas
de los partidos nacionales más destacados; desempeñando cargos de
administración y gestión en los diferentes gobiernos, recuperando la
influencia y el prestigio alcanzado en los años de la República;
recogiendo la continuidad de unos valores y costumbres que habían sido
potenciados bajo los preceptos del franquismo; desafiando con sus
posturas, declaraciones y manifestaciones la tradicional visión que la
mujer había concentrado en el presente, proyectando, de esta manera, una
imagen desnuda y destapada de prejuicios que habían oscurecido su
figura; y reivindicando de forma natural la mirada de estas reporteras,
cuyas fotografías se han convertido en testimonio real de la presencia
de la mujer en nuestra sociedad.
Una multiplicación de fotografías que escapan del
olvido de la memoria de España, y que con nuevos esfuerzos y estímulos
podemos volver a reconstruir la imagen de la mujer durante esos
emblemáticos años. La proyección de la fotografía es de fácil
comprensión y accesible a todo el mundo, redundante en su presencia, y
su particularidad consiste en dirigirse a la emotividad, rasgo que, por
otra parte, nos sugieren las fotografías de estas reporteras en cada
instante. Sin embargo, la imagen no da tiempo ni a reflexionar ni a
razonar como se puede hacer con la palabra, bien insertada en un
discurso o en un texto y con la que nos sentimos tan seguros, y ni
siquiera podemos enmarcarla en un espacio determinado. En su inmediatez,
en su espontaneidad reside su fuerza y al mismo tiempo su peligro. El
reto y el esfuerzo para historiador parte por elaborar discursos
visuales que contengan un lenguaje en el que se le conceda importancia a
la estructura en hipertexto, a una organización que vehicule la
emotividad que sugieren los distintos instantes fotográficos engarzados
en la memoria visual de la mujer.
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