TRIBUNA ABIERTA.
Por incontables razones.
Antonio Losantos Salvador.
Publicado en el Diario de
Teruel.
Hace unos días, en un artículo titulado “El rescoldo
de los pueblos”, lamentaba el escaso entusiasmo que lo rural despierta
entre quienes con más o menos asiduidad opinamos en este periódico. Lo
rural, decía, no obtiene en la capital el eco que en una provincia como
esta merece. Y no hablaba de información, sino de reflexión o de debate,
de ese ir un poco más allá de lo que ocurre, lo propio de la sección de
opinión de un medio escrito.
Algunos pueblos cuentan con una vida cultural latente
y singular. Insisto en que no los más conocidos o emblemáticos, sino
esos a los que no atiende la fortuna. Aducía en mi artículo el ejemplo
de Torre de las Arcas, a propósito de la última entrega de su revista, y
ahorraba al lector numerosos casos parecidos, locales y comarcales.
Pienso ahora que incluso el último apéndice de la Gran enciclopedia
aragonesa refleja convenientemente esta atractiva situación.
Como es obvio, no compete a la enciclopedia
aragonesa aludir a fenómenos socioculturales que se produzcan al
otro lado de la frontera regional, pero yo sí quiero referirme
aquí a un evento que demuestra la pujanza de un pequeño pueblo
de la limítrofe serranía conquense, merecedor de figurar en
cualquier recuento sobre el desarrollo rural. Estoy hablando de
la localidad de Santa Cruz de Moya, un paso más allá del Rincón
de Ademuz, lindante con nuestro Arcos de las Salinas.
Muchos lectores de DIARIO DE TERUEL saben que
el primer domingo de octubre se celebra en Santa Cruz de Moya un
acto en memoria de los guerrilleros antifranquistas de esos y de
estos montes, que al cabo son los mismos. Junto a viejos
testimonios se concentra en las inmediaciones del pueblo un
nutrido grupo de simpatizantes, y ondean esa mañana las banderas
republicanas, y hay discursos encendidos en los que se invoca
hasta el desgaste la palabra libertad. Los autobuses, terminado
el acto, se marchan de Santa Cruz, vuelven a las grandes urbes,
y lo que ondea de nuevo es el silencio. El hondo silencio de la
serranía.
Sin embargo, desde hace un lustro, la
asociación cultural “La gavilla verde” organiza unas jornadas
sobre el maquis en los días previos al homenaje del domingo.
Este año, en su sexta convocatoria, empezarán el jueves 29 de
septiembre. Vaya por delante mi invitación a los lectores. El
trabajo de “La gavilla verde” es ejemplar, me barrunto que
único. Ciñéndonos a las jornadas anuales sobre la guerrilla, “La
gavilla verde” ha conseguido que Santa Cruz de Moya sea cita
obligada no ya de curiosos, románticos y simpatizantes con las
causas periclitadas, sino lugar de encuentro de especialistas e
investigadores. Ya quisiera para sí este escaparate cualquier
pueblo de la España interior: historiadores, periodistas,
escritores, cineastas..., ese variopinto etcétera de la cultura
que a menudo llena las páginas más sesudas e informadas de la
prensa nacional satisface su curiosidad en la posada de un
pueblo de la serranía conquense, convertido esos días en un
hervidero de datos, noticias y conocimientos.
Entre nosotros, oigo de bocas muy diversas -y muy a
la ligera- la expresión “poner a Teruel en el mapa”. A falta de recursos
y de imaginación, nos agarramos a las frases hechas, de modo que usarlas
resulta sospechoso. Pero no tengo más remedio que aceptarlo: “La gavilla
verde” ha puesto a Santa Cruz de Moya en el mapa.
Esfuerzo titánico, me consta, nunca bastante
reconocido. A veces incluso torpedeado. Esto último es lo que me
sorprende y me fastidia. Que la polémica planee sobre el trabajo de esta
asociación nada tiene de particular: al fin y al cabo, la República, la
guerra y el primer franquismo evocan un tiempo de disensiones trágicas;
lo que llama la atención es que azuce esta polémica un sector de la
izquierda. Hace setenta años la izquierda era un río revuelto, y a tenor
de lo que ocurre con el homenaje de octubre al mundo guerrillero, no ha
dejado de serlo: un río revuelto lleno de pirañas. A quienes sólo dicen
asustarse con ciertos demonios, conviene advertirles de que la sombra de
Stalin es alargada.
A todo esto, la web de “La gavilla” recoge cuanto,
bueno o malo, se dice sobre ella y sobre el pueblo. Cuando escribo estas
líneas ofrece cerca de setenta “buenas razones” para que desde cualquier
parte se les apoye. No imagino hasta dónde llegará la cuenta, pues las
razones se me antojan incontables. Pienso en ellos, en los asociados, en
su entrega y en su amabilidad; pienso en su limpia mirada al pozo de la
memoria; pienso en el lujo que representan para su pueblo; pienso en el
beneficio que generan sobre ese rincón olvidado de la sierra, que
gracias a ellos acoge algo más que un peculiar ejercicio de nostalgia de
un domingo de octubre. Porque su trabajo no se limita a eso, sino que
abarca el conjunto del calendario y tiene al pueblo como objetivo.
Dicen ellos que van tras “una utopía rural al alcance
de todos”. No sé si alcanzarán esa utopía, ni sé el precio que pagarán
en horas y en empeño. Pero sé que otra cosa sería el mundo rural -el de
Cuenca, el de Teruel y el de cualquier parte- si cada pueblo contara con
sarmientos como los suyos para hacer una buena gavilla.